Haciendo de la verdad pura fosfatina. Hasta en la «matrioska», en cada encapsulada muñeca, alguien ve algo de serpiente. «Si uno hurga con hierro candente el ojo de un oso ruso, lo lógico es que le arremangue un zarpazo». Y seguir liados en discutir si primero, la gallina o el huevo, es de pena. Pero tan alocada estupidez debería tener coto, porque no es el engolado político quien sufre, sino el pedestre ciudadano. Sin embargo, esa obscena impunidad vestida viene de peor escarnio. Pregunten a Assange. Nos venden sesgada pos verdad. Pasto para burros con anteojeras.

«Los árboles ocultan el bosque», dice el fino. Pero, hay mucho interesado en solo ver leña para el fuego. Y en esa medieval hoguera hay un rebuscado aquelarre y una orquestada orgía de sangre. Ocultan un siniestro negocio y una perversa autoría. Un parvo porcentaje humano, ensimismado en su ciego ombligo, lleva ya su tiempo devorando el mundo entero.

Alguien tendrá que explicar, cuando todas, las pérdidas y las muertes, estén en una sola orilla, qué tal marrón fecal es esa teoría atlántica de la OTAN. Nadie, en sano juicio, puede entender esa marea que, en sentido único, nos obliga a sanciones tan insalubres para los sancionadores de este lado. O que nos estimula a armarnos, hasta los dientes, en beneficio tan ajeno. Y que nos receta abstención de gas europeo y nos emplasta otro, licuado más caro, casualmente americano.

Todo eso, huele a encerrona recondenad porque está arruinando la posibilidad de una natural casa común euroasiática pacífica y autosuficiente. Un buen negocio para mentes retorcidas, que solo salivan con la abominable idea de mojar pan en una permanente y civil escabechina. 

Hiroshima sigue ahí, como un tétrico hándicap, estremeciendo la cuna de nuestros nietos. Y luego, ¿qué? Sin abrigo de invierno, ni sombra, leve sábana de verano, mordiendo el polvo, balbuceando un lúgubre miserere.