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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Se abre la temporada de balconing

Vuelve la "locura" del 'balconing'

Miles de jóvenes viajan anualmente a Mallorca con la intención de desplomarse al vacío desde la fachada de su hotel. No todos lo consiguen. El fracaso mayoritario exceptúa a veinteañeros osados que no podrán volver a caminar en su vida, con un contingente apreciable de quienes dejan de respirar para siempre al estrellarse contra el suelo. Esta costumbre o variante del turismo de aventura ya puede definirse como balconing sin necesidad de cursiva ni comillas, gracias al celo integrador de la Real Academia de la Lengua. El pasado martes, a la hora típica de las seis de la mañana, se declaró abierta la temporada 2024 de esta disciplina mortal. Un alemán inconsciente en todos los sentidos de 23 años cumplimentó la precipitación ritual con resultado fatal.

Entiendo que se exigiera un plus de emotividad al cronista, pero estos fallecimientos transcurren con la vocación rutinaria de los miles de muertes innecesarias en la carretera. Aparte de que cuesta tomarse la vida ajena con más seriedad que sus propietarios. Desde el perfil estadístico, España ha creado escuela en el balconing, que se ha propagado a geografías tan etnocéntricas y ensimismadas como Estados Unidos. Dos de cada tres estadounidenses que se arrojan o caen desde un balcón son veinteañeros, que en su mayoría no podrían conducir en esas condiciones por su contenido alcohólico. El porcentaje en Mallorca alcanza al cien por cien, cabe agradecerles que actúen únicamente sobre sus cuerpos y no compliquen la vida al volante a sus semejantes, salvo cuando caen sobre otra persona.

Las autoridades siempre vigilantes han repertoriado un catálogo de multas que no siempre consiguen disuadir a los balconeantes (palabra propuesta para la RAE). Atentos en extremo a la igualdad de oportunidades, PP/Vox han rebajado las sanciones por venta ilegal de alcohol a los literalmente arrojados jóvenes, porque tanto la ultraderecha moderada como los discípulos de Abascal consideran que no hay tragedia que no pueda mitigarse con una buena oración póstuma. O con un buen trago.

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