La cara de Laporta hablando sin parar y con la mirada perdida tras la debacle en Girona reflejaba la decepción e impotencia de muchos culés que viven en el día de la marmota desde hace demasiado tiempo. Una imagen, a veces, y ésta lo es, dice más que mil palabras. Como los discursos vacíos de un entrenador que intenta justificar los constantes fracasos de cualquier manera. El Girona pasó por encima del Barça en la segunda parte de una manera preocupante, sonrojante y sin paliativos. El equipo azulgrana se desvaneció como un castillo de naipes. El Girona volaba mientras el Barça languidecía una vez más. Sin respuestas. Esos gestos en los jugadores son ya tradición en los últimos años. Xavi, ratificado en el cargo por Laporta tras decir que se quería quedar, culpó a los jugadores del desaguisado. Falta de madurez, aseveró con contundencia. Cuando dimitió, aseguró que lo hacía para buscar una reacción del equipo. Ahora, tras hacerse pública su continuidad, señala a los futbolistas. De la autocrítica seguimos sin tener noticias.

 

¿Quién es el responsable?

¿Y ahora qué? Hay voces dentro del barcelonismo que critican que no se esperase al final de la temporada para analizar el trabajo de Xavi, para evaluar su continuidad con todos los resultados en la mano. Ahora ya no hay marcha atrás. Toca asumir lo acordado (y escenificado) y hacer las cosas lo mejor posible. Claro, surgen dos preguntas importantes: ¿Hay que fichar lo que Xavi pide? ¿Hay que vender a quien Xavi señala? Decisión delicada teniendo en cuenta cómo puede acabar la temporada el Barça. Las sensaciones son malas y el entrenador, quiera o no, está debilitado. Los resultados mandan más que los sueños de futuro y las evocaciones a un estilo y adn difíciles de plasmar en el campo. El proyecto del Barça está cogido con alfileres. Basta de paños calientes: Deco está haciendo un papelón. Laporta tiene que recuperar a gente válida y capacitada para planificar el futuro deportivo del Barça, para gestionar una plantilla descompensada y perdida. La vuelta de Mateu Alemany sería ideal, pero no parece fácil. Tampoco la de Jordi Cruyff, que ya ha demostrado su valía y sabe qué es el Barça mejor que nadie. Ambos se fueron y llegó Deco. Laporta, que lleva muchos años en esto, sabe que eso también es una derrota. La realidad es tozuda. El Barça no juega como nos habían vendido y está lejos de los títulos que tanto ansía la afición. Y, para colmo, lo que más fastidiaba a Laporta el sábado era comprobar en directo que el estilo que le gusta lo tiene el Girona de Michel. Es momento de reflexionar seriamente. Si se sigue improvisando, el Real Madrid será campeón diez años seguidos. Y con la llegada de Mbappe, además, sin despeinarse.