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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Godo parece

Varias personas protestan contra el modelo turístico en Canarias frente al Congreso de los Diputados. Jesús Hellín / Europa Press

El día que miles de canarios salían a las calles para manifestarse, yo viajaba en un vagón de metro abarrotado en la capital del reino. En una parada subió una pareja joven pegada como con velcro. Una tierna escena que se arruinó cuando, a saber qué le preguntó ella, él respondió a los gritos: «¡Que los canarios se están manifestando contra el turismo! ¡Pues que coman plátanos!».

Me hirvió la sangre. Sentí mi sangre ibicenca convertirse en la sangre de todas las islas, que no llega a estar el metro a reventar como Eivissa en agosto y le explico cuatro cosas al muchacho.

En realidad los canarios nos sacan ventaja, no ya por salir a las calles -sirva o no sirva de nada, solo para decir que están hasta los mismísimos-, sino porque cuentan en su excelso vocabulario con un adjetivo preciso con el que describir al pedante del metro: godo. Pudiera parecer que ‘godo’ es como el foraster en Mallorca o nuestro mursiano, porque entiendan que en las islas, más que en ningún sitio, el mundo históricamente se dividía entre los aborígenes y los que nos llegaban de fuera. Y había que ponerles nombre. Pero en las Baleares la carga entre la lastimita y el desprecio se deja a merced del tono de quien lo pronuncia. Que se puede ser un foraster de merda o un mursiano d’Eivissa. Godo no deja lugar a dudas. Va un peldaño arriba en el escalafón del necesario lenguaje isleño: «Despectivamente, peninsular». Pero no cualquier peninsular, sino que alude a aquel tocacollons que viene a las islas con ínfulas y dando lecciones a quienes las habitan. Así los canarios distinguen dos tipos de foráneos: los peninsulares y los penisulares godos, y ¡ay, de ti si te encumbran con el apelativo de godo jediondo!

Por eso, quería aprovechar para explicar a los lectores de bien, a los forasters que visitan las islas desde el respeto, a los mursianus que se integran, y muy especialmente, a los godos, por qué los canarios salen a las calles y por qué los baleares no. Y deberíamos.

Las manifestaciones multitudinarias del 20 de abril no eran contra los turistas, sino contra la masificación, bajo el lema Canarias tiene un límite. Un límite que también Baleares cruzó hace tiempo. Las reivindicaciones, replicadas en ciudades dentro y fuera de España, pedían que el Gobierno autonómico revise el actual modelo turístico que socava los limitados recursos sociales y ambientales y que expulsa a sus legítimos residentes. Que no nos digan más que la alternativa al turismo y el cemento es comer plátanos o almendras.

Porque escucharán hablar de récords: récords de millones, de vuelos y de visitantes y poco o nada hablan de si es sostenible que Canarias con 2,2 millones de habitantes, recibiera en 2023 14 millones de turistas extranjeros -sin contar los españoles-. O Baleares, con 1,2 millones de residentes, 14,4. Un 13 y un 9,1% más que 2022. No verán en los folletos de las agencias que el 21,2 por ciento de la población residente en Baleares y el 37% de Canarias está en riesgo de pobreza o exclusión social (última Encuesta de Condiciones de Vida del INE). Que Baleares ostenta otro récord sobre el que habría que reflexionar: el de mayor número de extranjeros que compraron una vivienda: El 31,7% de las vendidas en 2023. En tercer lugar, Canarias, con un 28,5. Y sin embargo -¡o precisamente por eso!- el precio de la vivienda no para de crecer: otro récord para Baleares; el metro cuadrado más caro de España: 3.496 euros/m² (precio medio declarado de la vivienda, Colegio de Registradores) y en quinto puesto, Canarias, con 2.265.

Y mientras los máximos responsables hablan de «turismofobia»; el conseller balear de Turismo, Jaume Bauzà, en Fitur llamaba a acabar con «la turismofobia» y «contra la cosa del turismo», y Fernando Clavijo, presidente del Gobierno canario, días antes de la manifestación se refirió a ella como «turismofobia» pidiendo «sentido común» porque se estaban haciendo eco medios de comunicación internacionales y podría ser utilizado por otros destinos turísticos para «llevarse» a los turistas.

Y lo cierto es que cuesta, cuesta ocultarle las miserias al mundo. La BBC publicaba en abril: «Los habitantes de Ibiza viven en coches mientras los alquileres se disparan en la isla de fiesta. Mucha gente acaba en condiciones miserables y estamos empezando a ver barrios marginales por toda la isla». Denunciando que «el gobierno regional conservador de las Baleares, que llegó al poder el año pasado, ha optado por no implementar una ley de vivienda aprobada por el gobierno español que busca limitar los alquileres en áreas del país donde se han disparado».

Por eso, mi consejo es: viaja desde el respeto, alójate siempre en un hotel, cede tu asiento a las personas mayores en el metro y, si alguna vez te cruzas con una manifestación multitudinaria ¡más si son isleños!, antes de creer que sabes más que todos ellos… pregunta. En caso de duda, calla. No vaya a ser que parezcas godo y abriendo la boca confirmes hasta la jediondez.

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