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Matías Vallés

El ‘reality show’ de La Moncloa

Pedro Sánchez cambia abiertamente las reglas del poder, para establecer un contacto directo con la audiencia y decretar la supremacía de la familia sobre los códigos democráticos

Pedro Sánchez con su esposa, Begoña Gómez. EFE

Pedro Sánchez se fue de vacaciones pagadas porque sabía que el lunes cuando despertara, la democracia seguiría ahí. Acostumbrado a vivir al día, ha distorsionado el sistema que le protege con una carta de amor adolescente, de esas misivas que se escriben mordiéndose los labios y apretando el bolígrafo contra el papel humedecido por las lágrimas. La respuesta de buena parte de la afición ha sido «¿quién es Begoña Gómez?», gracias al excelente trabajo de protección de la intimidad de los poderosos que han llevado a cabo los medios españoles.

Sánchez repite la jugada del 23J, la reconquista de las masas a partir de las audiencias televisivas, en la representación del reality show de La Moncloa. El pueblo llano no solo identifica ya a Begoña, se ha adentrado además en su sufrimiento, porque compadecer a los privilegiados es un vicio acentuado de las clases medias. La carta desgarradora no perseguía a la minoría versada en las cuitas políticas, pretendía emocionar a la mayoría atenta a las vicisitudes descuartizadoras de Daniel Sancho. Misión cumplida.

En los meses anteriores a la carta, se venía observando un escoramiento pronunciado de Sánchez hacia el rango de comentarista político. Demasiadas menciones a los allegados de Ayuso y a las compañías dudosas de Feijóo desde la tribuna. Su pausa autoimpuesta, y sobre todo impuesta a los demás, olvida que el poder no admite vacilaciones ni pestañeos. Al dudar sobre su futuro, el presidente del Gobierno se marcha. Al exponer la hipótesis de un abandono, lo define. El lunes solo podrá optar entre dejar el cargo de inmediato o reconocer una interinidad tambaleante en evitación de males mayores.

Los grandes mantenedores del poder, recuerden a Mitterrand, atraviesan catorce años en el Elíseo con una enfermedad mortal a cuestas. Sin duda, una circunstancia algo más grave que una tormenta de tuits. Ya septuagenario, el socialista francés nunca se quejó de las torturas que implicaba su dolencia, oculta en los pliegues de su papel imperial. En el mismo sentido, si Joe Biden efectuara la mínima indicación sobre su jubilación, al día siguiente se encontraría con su candidatura ocupada por otro Demócrata.

Sánchez se merece un respeto, aunque solo sea porque no está a la altura de los crímenes que se le imputan, donde ya solo falta la etiqueta de «genocida». En el estreno del reality show de La Moncloa, el inquilino palaciego cambia abiertamente las reglas del poder, para establecer un contacto directo con la audiencia de capital importancia en la era del populismo. Con la particularidad tan poco progresista de establecer la supremacía de la familia sobre los códigos democráticos.

Roger Ailes encumbró a la Fox de Rupert Murdoch desde la propuesta radical de que «no basta con que los conservadores nos quieran, es imprescindible que los progresistas nos odien». La burdas imitaciones españolas de esta doctrina concentran los dardos del olvidadizo Sánchez, que ha prosperado precisamente en un régimen de inestabilidad absoluta. Cuando un entrenador o un presidente del Gobierno, por citar a un imitador del primero, concentran su discurso en los ataques por supuesto injustificados que reciben de la prensa, su hora ha llegado. A modo de prueba, repasen la imagen de Felipe González enarbolando una portada de El Mundo.

Las apelaciones románticas de la carta sugieren más peligros para la libertad de expresión que las críticas a los medios. Muy pronto se solicitará en los canales adecuados la inmunidad o aforamiento para los familiares de los gobernantes, con independencia de que hayan sido cómplices de sus cónyuges o se hayan prevalido de su posición. Se postulará esta inocencia para evitar los excesos cometidos con la recién descubierta Begoña Gómez. Baste recordar que Brigitte Macron y Michelle Obama han sido calificadas de varones en las redes pútridas, mientras disfrutaban de las ventajas inherentes a su condición. En los casos citados, los méritos de las atacadas miserablemente se impusieron a los infundios, y su prestigio resistió inalterado. Becoming: Mi historia, la autobiografía de la esposa de Barack Obama, ha vendido catorce millones de ejemplares. Pregunte a un escritor cuántos insultos está dispuesto a recibir a cambio de tal reconocimiento mercantil.

Si no se puede denunciar o investigar a la esposa de un político, tampoco se debería imputar a la pareja sentimental de Koldo García, en una trama que colocó inmuebles a nombre de hijos de los presuntos delincuentes según la Audiencia Nacional. Tampoco debió sentarse en el banquillo Cristina de Borbón, la pieza clave del caso Urdangarin. Es peligroso que las denuncias de los atropellos a los poderosos sean formuladas por los poderosos, aunque se dirijan hacia la puerta de salida.

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