En una entidad marcada por el solipsismo presidencial, Joan Laporta ha decidido hacerse trampas al solitario. Lo mismo que el agriado Xavi. Antes de dar continuidad a un supuesto proyecto “ganador” con el giro copernicano del egarense, dirigente y técnico han remitido cada vez más al demonizado Mourinho, empecinados en regatear la realidad. A patadas desde el banquillo o con un cutre vídeo casero, ambos han intentado persuadir a sus gregarios de que un rumano (István Kovács) y un abulense (César Soto Grado) se conchabaron contra el Barça en una misma semana. Uno, el árbitro extranjero, por orden de la UEFA. El español, por decreto federativo. Una ópera bufa.

Enfrascados en desdecirse –“me iba, pero me quedo”; “conmigo perder tendrá consecuencias”-, Laporta y Xavi se resisten a toda autocrítica sobre la forma de precipitarse al vacío de este Barça al que solo le queda caza menor, debatir con el Girona por un asiento en la Supercopa. Cuatro goles del Athletic en la Copa, otros cuatro del Madrid en la Supercopa y otros cuatro del PSG en la Champions. Tanto en San Mamés como en la vuelta con los parisinos y el pasado domingo en el Bernabéu el equipo azulgrana fue remontado. Hay que hilar muy fino para sostener la conspiración de todas las conspiraciones. Tan sibilinas que se demoraron hasta el último segundo en los dos partidos ligueros con el Real -dos “bellinghadas terminales- y hasta la prórroga en el duelo copero con los muchachos de Ernesto Valverde.

Cuesta creer semejante compló contra los barcelonistas cuando Xavi se ha convertido en el segundo técnico culé que pierde cuatro clásicos consecutivos. El único precedente, Patrick O’Connell entre 1935 y 1940. Resulta marciano concebir que un equipo que lleva un curso con 35 victorias, nueve empates, dos derrotas, once remontadas y un órdago ganador ante el campeón de Europa no merezca esta Liga. Una Liga en la que solo fue trompicado por el Atlético hace siete meses.

Es ulceroso digerir tal conjura antiazulgrana cuando un fichaje a la carrera de 60 millones (Vitor Roque) no sale del cuarto oscuro ni para enseñar un meñique ante el PSG y el Madrid. Cuando otro reclutado a principio de temporada (Cancelo) entroniza a Dembélé y Lucas Vázquez. Cabe reparar en las suplencias de Oriol Romeu, Iñigo Martínez y João Felix, los demás afiliados junto a un Gündogan con poco parentesco con el Gündogan del City. Salvo para cantar las verdades a Araujo.

¿Qué maquiavélica connivencia, de UEFA o FEF, hubo en los trastazos con el Amberes, el Shakhtar, el Girona, el Villarreal o el Granada? El Barça acabará la temporada en una Siberia futbolística por errores propios, no porque a Lamine se le discuta un gol como en su día a Michel contra Brasil en el Mundial 86 y a Lampard contra Alemania en 2010, reverso del concedido a Geoff Hurst en la final del 66 en Wembley. En el caso de Lamine, en tiempos de tecnología suprema, la chapuza hay que atribuírsela a la patronal, en la que el Barça no es un forastero.

Jalear a la tremenda un posible error arbitral causa sonrojo. Pero maquilla estos días de refutaciones y volantazos. De momento, la única medida ante un curso en blanco ha sido un sainete videográfico de Laporta. El mismo que proclamó con acento machote que con él perder tendría consecuencias. No aclaró que, al parecer, solo para el sector arbitral. Que, por muy deficiente que sea el tinglado -apadrinado durante 17 años por un asalariado azulgrana-, es el mismo con el que el Barça levantó la última Liga. El mismo gremio del que se “avergüenza” Xavi, al que ya no le pesa el entorno y, repentinamente, parece compensarle un cargo con el que no disfrutaba. ¡Cómo ha cambiado el cuento! Menos el del victimismo abolido por Johan Cruyff, a cuyo legado solo se agarran Laporta y compañía cuando les conviene