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José Carlos Llop

Georges Pompidou de nuevo

Georges Pompidou fue uno de los mejores presidentes de la Francia del siglo XX Wikipedia

A principios de mes se cumplió medio siglo de la muerte del presidente Georges Pompidou y hace una semana, mientras escribía un artículo sobre su figura para otro medio periodístico, me preguntaba quién, con menos de sesenta años, se acuerda en España de Georges Pompidou. O mejor: quién, si no existiera el Centro Pompidou, se acordaría de que hubo alguien con su nombre, que mereció que uno de los centros de arte contemporáneo más importantes de Europa, lo lleve y permanezca en la historia cultural de la Europa moderna. A veces, estas preguntas tienen un sentido que nos retrata como sociedad y no sólo como sociedad olvidadiza.

Georges Pompidou fue uno de los mejores presidentes de la Francia del siglo XX y de no haber existido su predecesor, el general Charles De Gaulle —con quien colaboró, fue ministro y sombra dialogante, sin olvidar a Malraux—, diría que el mejor presidente francés del siglo XX. Pero lo fue, esencialmente, por sus valores, que son unos valores inexistentes en nuestro panorama político desde hace ya bastante tiempo. Si cada nación europea tuviera hoy en día un Pompidou, viviríamos una nueva Edad de oro. Y miren en cambio dónde estamos: como el jefe Abraracúrcix, pendientes de que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas en forma de lluvia de misiles.

Georges Pompidou fue uno de los mejores presidentes de la Francia del siglo XX

Georges Pompidou fue uno de los mejores presidentes de la Francia del siglo XX Wikipedia

Cuando llegó a la presidencia de la República, se encontró un país tenso y desconcertado, tras los sucesos de mayo del 68, ya saben: bajo los adoquines están las playas y no quedó calle de París en su sitio. Se encontró un país malherido tras la crisis de Argelia y se trajo a los harkis y les dio una vida y seguridad para vivirla. Se encontró un país que había sido gobernado por el gran De Gaulle —no sólo en estatura—, que supo revertir el papel de Francia durante la II Guerra Mundial y organizar a su derecha política; un hombre de personalidad poderosísima, muy difícil de igualar en el corazón de los franceses. Se encontró una vecina Alemania con un empuje económico del que en ese momento carecía Francia. Se encontró con una Europa que volvía a ser algo más que un embrión de buenos deseos y, sin embargo, Pompidou fue la persona oportuna en el momento oportuno, representando lo mejor de su país en la encrucijada más difícil después de la Ocupación alemana y la guerra.

Con vocación de modernidad, pero anclado en la tradición, digamos que simbolizaba la Francia del siglo XX, pero además tenía los valores necesarios para cohesionar a una sociedad que estaba deshecha. Me explicaré, porque al hablar de valores en política uno se puede hacer un lío, simplemente porque hoy en día no existen. Todo es representación, posibilismo y coyuntura. Todo son arenas movedizas y la verdad ha sido sustituida por el interés del momento y a otra cosa mariposa. Lo dicho: con seis o siete personas como Pompidou en los gobiernos europeos otro gallo nos cantaría y los habría en el Este que se lo pensarían dos veces antes de…

Georges Pompidou era un hombre de apariencia gris, pero esa apariencia nada tenía que ver con su personalidad, donde el sentido del deber —¿lo tiene alguien ahora más allá de sí mismo?—, la coherencia y gravedad de su pensamiento, el alejamiento de la frivolidad política, los objetivos del bien común (no del personal), la persistencia en los mismos y un lenguaje tan claro como preciso, estaban muy por encima de cualquier pompa mundana, vanidad, soberbia, egoísmo y ya no digamos egolatría en función del cargo. Esas cosas que tanto abundan actualmente en las relaciones sociales, donde, en fin, todo el mundo considera su vida tan rica en experiencias que se siente obligado a imponérsela a los demás con su cháchara. Georges Pompidou fue el reverso de todo eso y Francia se recuperó y volvió a creer en sí misma durante su mandato.

En cuanto a lo íntimo, amaba a su mujer —que fue en su juventud quien lo introdujo en el arte contemporáneo—, disfrutaba de estar en casa, coleccionaba arte moderno —fue un experto— y conocía la poesía gala mejor que muchos estudiosos de la misma. De hecho, su antología de la poesía francesa del siglo XX, además de estupenda, sigue siendo una obra de referencia en su campo. Dones que la verdad —no una concepción utilitarista del todo vale— regala en esta vida cuando uno no se traiciona, ni traiciona a los demás por un plato de lentejas. Hace cincuenta años que murió y parece que hace dos siglos, tantas son las cosas de entonces que han desaparecido.

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