El 29 de marzo de 1924 se constituyó en Palma la fundación benéfica Escuela Nazaret que, según escritura y expreso deseo de la benefactora Dª María del Carmen Rubert i Sureda, tuvo como objetivo «el amparo de los niños necesitados de la isla»; una fundación cuya presidencia y responsabilidad ha estado a cargo del Obispado de Mallorca y que ha cumplido 100 años de presencia en Palma, concretamente en la barriada de El Terreno.

Durante todo este tiempo, la Fundación ha sobrevivido a diferentes formas de gobernanza. Desde las dictaduras militares de Primo de Rivera y de Franco, hasta la llegada de la democracia en 1978, poco o nada alteró la condición de vida de los niños internados que estuvimos dentro de este centro, vida que vivimos intensamente los de dentro de manera precaria, importando poco a los de fuera. Así pues, ninguna relevancia a destacar, salvo la percepción vivida de la indiferencia y el olvido hacia quienes formamos parte imprescindible del funcionamiento de este internado, los niños.

De igual modo ha pasado con las cuatro generaciones de alumnos, que durante todo nuestro estadio de internamiento y durante mucho tiempo, sentimos la necesidad imperiosa de olvidarnos de aquellos largos años de encierro obligado, aleccionados seguramente por diferentes motivos; vergüenza, soledad, maltrato, abusos, abandono, explotación, castigo, etc. En el centenario de este centro y como es natural, pocos serán los testimonios veteranos dispuestos a recordar su vida tras los muros, y los pocos que nos hemos atrevido a testimoniar, como mi compañero Toni Estela y este servidor, seguiremos siendo denostados por atrevernos a evidenciar el silencio administrativo y religioso que sobre hechos deleznables de abuso infantil se cometieron tras sus muros, siendo una realidad que se arrastra 100 años entre el silencio y en el olvido.

Damos por hecho que el 29 de marzo, mucha gente acudió a celebrar el centenario de la Fundación Escuela Nazaret para dar su apoyo logístico a un proyecto que desde hace algunos años trata de dar un sentido más actual a la protección infantil; un proyecto que, aunque sigue fiel a las directrices del obispado de Mallorca, pretende encarar el futuro de manera mediática y con ciertos aires reformistas. Pero, aun así tememos que se continuará silenciando la voz olvidada y testimonial de quienes vivimos encerrados muchos años en esa burbuja, en ese protectorado reaccionario que continúa teniendo la guía religiosa del nacional-catolicismo como vigía.

Posiblemente se festejó llenando el centro con la presencia de gente externa, simpatizantes, políticos, sponsors, empresas, benefactores, donantes de alta sociedad, etc., centro en donde conviven un seleccionado grupo de chicos y chicas, eso sí, ansiosos de atención, de cariño y de protección, como antaño así nos sentíamos los que fuimos sacados de la calle para obligadamente pasar nuestra infancia más prematura encerrados en dicha institución.

Pero ante toda esta larga trayectoria que representa hoy la Fundación Nazaret, cabría preguntarse por qué en 100 años de su historia ha habido tanto silencio por parte de sus protagonistas, los internados; por qué ha quedado ese potencial fondo testimonial sin voz y en el olvido social, y por qué durante todo ese tiempo imprescindible para que dicha institución religiosa evolucionara hacia el futuro, hacia la reflexión y hacia el reconocimiento y reparación del silencio institucional, el maltrato, los abusos y los olvidos intencionados, por qué solo un libro sobre el centro titulado Nazaret, una isla dentro de Mallorca, se ha convertido en el único documento externo y testimonial publicado, un libro que habla expresamente de lo que no se cuenta, de las experiencias difíciles de unos niños que pasaron sus más delicados años de existencia encerrados por un sistema en el gueto correctivo que también fue Nazaret.

A veces, los que sentimos la necesidad de escribir y leer, cuando desempolvamos nuestras estanterías, nos encontramos verdaderos tesoros escondidos, casi olvidados, y que en su día marcaron el camino de nuestras inquietudes y anhelos más profundos. Cuando esto ocurre, esos libros referenciales acaban colocándose, como es natural, en lugares preferentes de nuestras estanterías, con el fin de no volver a arrinconarlos y que queden nuevamente olvidados. De igual modo pasa con los recuerdos cuando estos son encontrados entre el polvo del olvido o del silencio forzado de nuestra frágil inocencia; corremos para protegerlos, y a veces, como ha sido mi caso, asegurando su continuidad a través de la palabra escrita y testimonial que asegure que la vida acontecida no se vuelva a repetir, o cuanto menos para que esas malas praxis sirvan como ejemplo de lo que nunca tenía que haberse producido.

Nazaret cumple 100 años de olvido, y por desgracia ese olvido son los niños; aquellos que ya no pueden hablar porque su historia de vida ha pasado; aquellos que viven su actual vejez en el olvido propio y el forzado; aquellos que la vergüenza e indiferencia les ha dejado paralizados y sin voz; aquellos que nos negamos a que esto ocurra y nos sentimos comprometidos con la verdad de nuestra experiencia y con la denuncia de la injusta prescripción de los hechos; y aquellos, los de ahora, que, siendo todavía inconscientes de la historia que arrastra el centro en donde viven, ya sea por su juventud o por la vergüenza ajena, a ellos también se les niega conocerla plenamente sin miedos, sin censuras y con libertad. Y es que, ninguna planta puede crecer sana y fuerte si se le limita el poder extender sus hojas y captar por ella misma la esencia, o sea, los rayos del sol. Lo demás, es solo cuestión de tiempo y dejar que la vida se abra a la vida.