La victoria de la selección española de fútbol femenino, al vencer a Inglaterra en la final del campeonato del mundo disputado en Sidney, ha supuesto una epopeya deportiva que queda para la historia y una enorme eclosión social manifestada en múltiples celebraciones festivas. La gesta, sin embargo, en cuanto a protagonismo público, se ha visto empañada por los hechos protagonizados por el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y su comportamiento posterior, lo cual, en modo alguno, puede desmerecer, ni siquiera un ápice, el enorme logro de las deportistas españolas.

Dos futbolistas mallorquinas han tenido un papel fundamental en la proclamación de la selección como campeona del mundo, Mariona Caldentey, de Portocolom y Cata Coll de Pòrtol. A su regreso han sido recibidas como se merecen, con numerosas muestras de simpatía y recepciones institucionales que resaltan el valor de lo logrado. Mallorca ha demostrado tener peso específico y personalidades propias dentro del fútbol femenino como han dejado patente las dos isleñas integrantes de la selección ganándose a pulso el poder saborear las mieles del triunfo. El éxito de ahora no es sin embargo fortuito ni caído del cielo, responde a la constancia, el valor y la vocación deportiva de unas mujeres que no han hecho caso de los obstáculos y han sabido trabajar duro por lo que querían, algo tan sencillo y tan difícil para las mujeres, como es aún hoy el ser futbolistas profesionales. La proyección actual de Caldentey y Coll ha permitido conocer también las vicisitudes por las que han pasado y la falta de infraestructuras materiales y estructuras organizativas que aquejan todavía al deporte femenino en general. La gesta de las futbolistas mallorquinas debe servir de impulso hacia la normalidad con la equiparación de medios y posibilidades entre deporte masculino y femenino.

El comportamiento del presidente de la Federación, Luis Rubiales, se ha colado, desde el palco de autoridades y no de forma positiva, entre un triunfo de la selección que no puede ser empañado por ello, pero tampoco se puede infravalorar lo hecho por el máximo dirigente del fútbol español, dado el lugar en el que se produjo y el cargo del protagonista. Rubiales hizo gestos ostentosos al ponerse la mano en sus genitales y después con un beso no consentido a la jugadora Jenni Hermoso. El comportamiento inapropiado del mandatario federativo y su actitud claramente sexista, que ya le ha costado la suspensión de la FIFA durante tres meses, ha provocado una cascada de reacciones, contrarias a su modo de obrar. Después de darse por hecha su dimisión, Rubiales intentó revertir la situación en la asamblea federativa del viernes, adoptando la posición de víctima y negándose a dejar la presidencia. Es insostenible. Ya que no dimite, será el Consejo Superior de Deportes quien tome cartas definitivas en el asunto. Los clubes, en su mayoría, han reaccionado de forma tímida, entre ellos el Mallorca, que lamenta lo ocurrido pero sin citar en ningún momento a Rubiales y mucho menos pedir su dimisión. Es una tormenta lamentable que no puede amagar el hecho de que una selección de mujeres, entre ellas dos mallorquinas, ha logrado el campeonato del mundo de fútbol.