Pedro Sánchez y Núñez Feijóo se agredieron en directo con una violencia que obligó a muchos seguidores de Tarantino a desenchufarse del sangriento espectáculo. El veredicto abrumador favorece al aspirante, pero quizás se está cometiendo un error sobre la identidad de la persona derrotada. La mayor victoria del candidato del PP a La Moncloa no consiste en haberse desembarazado del actual inquilino del palacio, sino en la anulación de Isabel Díaz Ayuso. De repente, un contingente nutrido de españoles invitarían a cenar al presidente popular antes que a su subordinada madrileña.
La neutralización de Ayuso la devuelve con crudeza a la evidencia de que, en el fondo, es la presidenta de una provincia española. Siguiendo los pasos de los trolls del copyright, puede denunciar a su propio partido y a Vox por haberle arrebatado el concepto imperial de Madrid, pero la indemnización por daños y perjuicios agrandará su frustración. Según es habitual en los practicantes de la desmesura, la dicharachera líder provincial pagará sus excesos del último mitin de campaña del 28M. La utilizaron como ariete de «ya no le vota ni Txapote», o de la acusación de «pucherazo». Tras haberla exprimido, la abandonan en la cuneta por deslenguada.
Ayuso fusionó en su personalidad las señas de identidad de PP y Vox, fue más lejos que ambos partidos pero paga hoy su condición de pionera que no alcanzará la Tierra Prometida. No montó la intriga palaciega contra Pablo Casado para que un arribista de la España periférica le arrebatara el cetro del lenguaje enloquecido. De repente, Galicia es más sexy que Madrid, porque cada presidente lleva incorporada una geografía sentimental en la concepción de la Nación como suma de folklorismos. La prueba más evidente de la extinción de la presidenta madrileña está en que el martes acudió rauda a apuntarse el triunfo, logrado por el varón que rentabilizó sus estragos dialécticos. Admitamos la autoría y el plagio de Feijóo, pero fue Picasso quien cobró las máscaras que había copiado de artistas africanos.