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Joan Cañete Bayle

La izquierda que desprecia a la gente

Saber por qué el Gobierno de coalición genera tanto rechazo requiere un ejercicio de autocrítica más sofisticado que pensar que media España se ha vuelto machista, racista y fascista

Es difícil ganar unas elecciones cuando se desprecia a los potenciales electores. Es lo que le sucede a cierta izquierda, que a base de cinturones sanitarios va reduciendo su campo de acción: cinturón sanitario a racistas, a fascistas, a machistas, a las feministas clásicas, a las escisiones de otras izquierdas... Al final, el cinturón sanitario se lo están haciendo los electores a esa cierta izquierda que acaba representándose casi tan solo a sí misma: universitarios y otros profesionales liberales, con ingresos por encima de la media del país, nivel de estudios alto y, por supuesto, muy concienciados con todo tipo de causas excepto, ay, la de la clase obrera. Porque eso de la clase obrera no solo suena anticuado y a luchas superadas, sino que, doble ay, resulta que los obreros les han salido racistas, fascistas y machistas.

Solo de esta forma se explica esta izquierda más izquierda de todas las izquierdas que la población que debería votarles en masa se quede en casa o, lo que es peor, vote a la extrema derecha. Sucede en España, sucede en otros países europeos y sucede en Estados Unidos, donde los blue collar víctimas de la globalización que tanto ha enriquecido los bolsillos de grandes corporaciones de su país votan en masa a un financiero especulador que fue el bufón (multimillonario) de ese selecto club.

Cuando supera la perplejidad que le produce la contumaz manía de la gente de votar en contra de sus propios intereses, a esa cierta izquierda no le queda otra que despreciar a los votantes. Les acusa de caer de cuatro patas en la trampa populista de la extrema derecha, de dejarse engañar por el nativismo, el machismo o el racismo para que los mismos explotadores de siempre les sigan explotando con los votos de los explotados. La gente, sostienen, no sabe leer los datos que indican que ni las okupaciones, ni la inseguridad, ni los derechos de los trans ni el carajal de la ley del solo el sí es sí son tan graves cuantitativa y cualitativamente como la extrema derecha, la derecha y sus voceros les dicen con manipulaciones, falsedades y fake news. La gente, esa gente al menos, han sido expulsados del paraíso del nosotros que, en contraposición del ellos, fue el pilar del 15M. No son ellos, porque evidentemente no son el 1%, pero tampoco son tan nosotros como nosotros, porque a pesar de que económicamente están en la parte baja del 99% ya se sabe que toda la Badalona que votó a Xavier García Albiol y los vecinos de Mataró que votaron a Vox no son como nosotros porque son machistas, racistas y fascistas.

Cuando el 15M, los amigos de la Complutense que canalizaron hacia Podemos la energía de esa gran asamblea de estudiantes que se celebró en las plazas de toda España no querían ser izquierda. Luego, la realidad, el mapa electoral, la entrada en las instituciones, y el paso del tiempo los convirtieron en los aspirantes al sorpasso de la izquierda, la izquierda de la izquierda y lo que son ahora, cierta izquierda que lo hace de fábula representándose a ella misma. Entendieron, porque son sólidos intelectualmente, que canalizaron una indignación transversal que no sabía de siglas, pero después perdieron votos, apoyos, socios y gente (que olvidaron que está formada por personas) hasta que se han extraviado ellos. Hoy, la indignación y el voto antiestablishment se ha ido a la extrema derecha. La idea de derogar el sanchismo es, en realidad, un cordón sanitario que esa extrema derecha y la derecha tradicional han construido alrededor de esa izquierda de todas las izquierdas. El pecado de Pedro Sánchez a ojos de una parte del electorado no es tanto qué ha hecho en el Gobierno, sino con quién. Y, hoy por hoy, ese cinturón sanitario tiene aspecto de ser más fuerte que el impuesto a la extrema derecha (menos en Catalunya y el País Vasco).

Cabe preguntarse por qué. Escuchar y entender a los votantes de Vox en Mataró y a los de Albiol en Badalona. Analizar qué ha hecho mal esta izquierda cuando ha gobernado y por qué su modelo de derechos y libertades parece calar tan poco. Reflexionar sobre por qué el Gobierno de coalición genera tanto rechazo pese a su hoja de servicios. Pero eso requiere un ejercicio de autocrítica más sofisticado que pensar que media España se ha vuelto machista, racista y fascista porque la ha embrujado la televisión. De pensar que la gente es maravillosa, a sostener que la peña es muy chunga. Si antes no había pan para tanto chorizo, ahora no hay cordones sanitarios para tanto facha. Y luego se maravillan de que no les voten.

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