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Olga Merino

Fenomenología de tender la colada

Una plácida tarde de sábado, que ya flota en el éter del pasado, se desencadenó en casa una trifulca a cuenta de la colada, mientras sonaba en la tele, de fondo, la voz en off de un documental sobre las termitas en el norte de Australia. Mi exmarido estaba tendiendo la ropa, incluidos sus pantalones, como quien arroja una toalla húmeda contra las cuerdas del ring, de manera que la soga habría quedado grabada en las perneras una vez secos los vaqueros. Me sacudió de inmediato un poltergeist maternal y acudí al rescate, enseñándole a colgarlos por la cinturilla, como me habían enseñado a mí. Él soltó un pequeño sarcasmo.

-Mi exnovia los tendía bocabajo.

-Pues parece que no aprendiste la lección -repliqué, pensando en los millones de ex de ambos sexos que pueblan la Tierra-. Da igual cintura que dobladillo; la cuestión es disimular la marca de las pinzas.

-Manías. Manías de mujeres.

La tuvimos gorda.

¡Ah, el calvario de las rutinas domésticas! Una investigación de la Universidad de Cambridge, a cargo de los profesores Tom McClelland y Paulina Sliwa y publicada por la revista Philosophy and Phenomenological Research, dice ahora que, aparte de los considerandos económicos, el reparto desigual de las tareas domésticas se debe también a procesos neuronales distintos. Dicho en plata fina: ante un fregadero a rebosar de platos sucios, los hombres solo ven eso, platos sucios; en cambio, nosotras vemos doble, la cacharrería y la acción inmediata de ponerse a fregarlos. A los señores les fallaría el clic, el tirón mental de arremangarse. Según el estudio, esa disparidad coloca a las mujeres frente a un callejón sin salida: o más carga de trabajo o mayor lastre cognitivo, de desgaste psicológico. Es cuestión, agregan, de patrones adquiridos.

Vaya… No sé si para ese viaje hacía falta recurrir a la fenomenología y revolver en las alforjas de Husserl y Heidegger. En España, solo el 14,9% de los hombres españoles asumen la mayor parte de las tareas domésticas, frente al 45,9% de las mujeres, debido a la distinta programación. En las mesas de la infancia, ¿quién se levantaba a buscar el pan o el tenedor que faltaban? La yaya, la madre, la hermana. Y ahí seguimos, brujuleando para dar con el camino del medio.

El problema con las tareas domésticas radica en que no son un fin en sí mismas, que no tienden hacia la creación de algo perdurable. Son termitas que perpetúan el presente. El polvo siempre regresa por sus fueros. En cualquier caso, mi ex habría bajado hoy a por el pan con la señal del tendedero en los pantalones, sin problema alguno. Be water, my friend.

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