Diario de Mallorca

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

El plebiscito de julio

Sánchez ya sólo piensa en la posteridad y esta no admite la humillación de la derrota

Pedro Sánchez. JOSE LUIS ROCA

Llueve y truena en la calle. Aquí en Mallorca y en todo el país: en Madrid, las dos Castillas, Murcia… Nos acuciaba la sequía y hemos tenido el mes de mayo más lluvioso de casi un siglo. Nada sucede como pensamos, ni en la guerra ni en la paz. Se preveía la debacle de la izquierda en las pasadas autonómicas y municipales y, sin embargo, nadie supo calcular su magnitud. El recuerdo de 2011 planea de nuevo en el horizonte; aunque, si nos detenemos un minuto y hacemos una lectura más precisa de los resultados, ni el PSOE ha perdido tantos votos ni la victoria de la oposición está asegurada en las próximas generales. 130 diputados es la línea roja que debería superar el PP para poder asaltar con garantías la Moncloa; por más que ahora las encuestas sueñen con otras cifras: 140, 150 escaños quizás, que permitirían a Feijóo minimizar el apoyo de Vox. Pero a Pedro Sánchez nada de eso le importa. O sí, aunque bajo otro prisma. Sánchez piensa ya en la posteridad, que es la escala que ofrece el poder una vez se ha disfrutado de él. Y la posteridad no admite la humillación de una derrota popular ni la de una despedida forzada, como la que se brindó a Rodríguez Zapatero.

Si Sánchez conociera el valor de la autocontención sabría que, una vez abiertas las compuertas plebiscitarias de la confrontación, sólo se puede ir a peor. El presidente reaccionó ante la derrota del 28 de mayo convocando unas generales anticipadas que únicamente se pueden explicar desde la clave del enfrentamiento, es decir, «o conmigo o contra mí». En realidad, este discurso es la antítesis de la democracia, basada en el encuentro más que en el disenso planificado. Resulta hermoso lo que dijo el moralista francés Joseph Joubert, hace ya siglos, acerca de la necesidad de que haya muchas voces juntas en una misma voz para que sea verdadera. También la democracia requiere de este respeto escrupuloso a la conciencia de los ciudadanos, a fin de que su ejercicio no cause nuevas desavenencias. Las declaraciones de Sánchez la pasada semana, en las que comparó al PP con el trumpismo y sugirió que la derecha española podría intentar un asalto del Congreso si perdía las elecciones impresionan por su dureza. Lo terrible de estas acusaciones es que imposibilitan el debate razonable, la escucha de los argumentos del adversario, la cultura del encuentro en última instancia.

El daño causado a la democracia por los distintos populismos ha sido profundo. Y España, en este sentido, no ha sido una excepción, sino que ha seguido una corriente más general en la que no resulta sencillo encontrar un responsable último. Pero sí una solución, que no puede ser otra que el respeto escrupuloso hacia las instituciones, la adopción de un tono más sosegado en el debate público, la generosidad entre los partidos y el cultivo de un renovado espíritu de la Transición. Decir adiós al encono consiste en alejar el resentimiento y la sospecha que ha lastrado nuestra política durante estos últimos años. Y es atreverse a mirar hacia el futuro de un modo distinto, poniendo el énfasis en aspectos menos sectarios ideológicamente. No habría mejor noticia para el país que un PSOE socialdemócrata y centrista capaz de entenderse con un PP liberal y centrado.

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