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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

El asesino y el descafeinado

Nadie debería ser asesinado si porta un pan bajo el brazo, se ha dicho en «Pensamientos». Tampoco ninguna persona debería morir alevosamente si está leyendo un libro. Por desgracia las cosas no van así.

Lourdes del Hoyo, una madre divorciada de 47 años y donostiarra de nacimiento, fue asesinada hace unos días en un parque infantil de Orio (Guipúzcoa), donde había quedado con un antiguo novio, Alberto Casado, de 50 años. La víctima entretenía la espera leyendo un libro. A su alrededor jugaban un montón de niños, vigilados por sus madres o abuelos. Era una tarde tranquila, apacible. Un día más.

Alberto, trabajador de una industria y que vivía cerca de allí con su madre viuda, se acercó. Sin mediar palabra, sacó de una bolsa blanca una escopeta de cañones recortados y disparó a la cabeza de la víctima. Luego se apuntó él mismo y se suicidó.

El estampido de los dos cartuchos hizo creer a los testigos que se había producido una explosión. Las alarmas saltaron. En aquellos días se hablaba mucho de la ETA por las listas de EH Bildu. Se dijo que dos personas habían muerto al estallar una bomba que manejaban en plena vía pública. Más tarde se supo que era otro caso de violencia machista. No había artefacto alguno. Las recortadas causan esos estruendos.

Alberto preparó a conciencia el crimen. Serró los cañones a una antigua arma de caza de su padre. La cargó con dos cartuchos. Quedó con Lourdes con cualquier excusa. Los dos se seguían viendo como amigos, a pesar de que ella, dos meses antes, había decidido romper la relación. Habían estado un año de novios. Fue la primera pareja que la mujer tuvo desde su divorcio.

El asesino ocultó la escopeta en una bolsa. Para hacer tiempo se fue a un bar cercano. Lo llamativo del caso es que se tomó un café descafeinado, algo que choca abiertamente con sus planes homicidas y suicidas. No quería ponerse nervioso o, simplemente, siguió con su rutina habitual.

Es imposible ponerse en la mente de un criminal. Más un hecho está claro, Casado no aceptó la ruptura. En un ejercicio de egoísmo extremo optó por exterminar a su «amada» y, después, poner punto final también a su vida. En la violencia machista hay un claro componente de inmadurez emocional, de infantilidad sentimental. No se aceptan las rupturas.

También existe la terrible enfermedad de los celos. Ese resquemor continuo de pensar que tu antigua pareja va a tener otros compañeros, amigos o amantes.

No se admite que a uno le hayan dejado plantado. No se tolera que la mujer siga su camino.

Por lo demás, Alberto Casado fue definido por sus convecinos como «un hombre pacífico», «una persona tranquila». El asesino tenía en el pueblo su cuadrilla de toda la vida. Solía salir a tomar unos vinos por los bares de Orio, una costumbre muy vasca. Era muy aficionado al fútbol, deporte que practicó de joven y del que llegó a ser entrenador de niños. Nadie esperaba lo ocurrido.

Lourdes era una mujer encantadora, «alegre», «jovial». Era madre de dos hijos de 20 (chico) y 16 años (chica), fruto de su anterior matrimonio. Le han robado el futuro porque alguien la consideró como algo de su propiedad. En pleno siglo XXI siguen existiendo hombres que ven a las mujeres como cosas de usar y tirar.

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