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Javier Puga Llopis

LE FUMOIR

Javier Puga Llopis

Réquiem por un partido español

Ciudadanos crecía a cada elección y aquello era el 15M de los que vestíamos jerséis con cuello de pico

«¡Tumba sin epitafio es el olvido,

que traga al muerto y hasta el nombre mata!»

A. López de Ayala

Nacido en Barcelona a finales de los 70, sólo conocí pujolismo durante décadas. En determinados ambientes de aquella Cataluña, pensar otra cosa era un ejercicio de resistencia tan fútil como herético. Onanismo intelectual. Votar distinto al mainstream era una condena al fracaso, en el mejor de los casos. Un brindis al sol.

Éramos los cristianos de Oriente del electorado. Aquel régimen convergente se comenzó a resquebrajar como todos, pues no hay imperio que mil años dure. Y entonces llegó el Tripartit, un experimento in extremis que acabó siendo la corte de los milagros. Mi desesperanza como joven votante se hizo entonces inexorable, y uno acudía a las urnas como el que va al cadalso. Votar por necesidad y perder por obligación.

Hasta que en 2006 apareció un tipo en pelotas en las marquesinas. Había nacido Ciudadanos (Ciutadans entonces), y muchos vimos la luz al final del túnel. Como con los ruedines de las maletas, gente como yo nos preguntamos por qué razón no se había inventado aquello antes, por qué nadie había dado el paso. Aunque tardío, lo abrazamos con la fe del converso. De pronto surgieron de la catacumba intelectuales alejados del pensamiento único del establishment catalán.

Escribían artículos en periódicos que parecían leernos el pensamiento. Pura poesía. Hablaban en las tertulias. Música para nuestros oídos. Entonces vi cosas que nunca hubiera imaginado: que se hablara español en el Parlament, que salieran banderas españolas del armario, que se empezara a decir con naturalidad lo que muchos pensábamos desde hacía años, que se cuestionaran prácticas ya inveteradas, que se dejara de hacernos luz de gas a un porcentaje respetable de la población, cotizantes de clase media que también éramos catalanes. Catalanes y españoles. Y orgullosos. Sin estridencias, pero orgullosos. Lo que empezó siendo una mosca cojonera para el nacionalismo (lo que incluía al PSC en aquel tiempo) acabó ganando unas elecciones en Cataluña.

Crecían a cada elección y dieron el salto a Madrid, y aquello fue el 15-M de los que vestimos jerséis con cuello de pico, y no forros polares de Quechua. Sacudieron desde dentro el turnismo que había imperado hasta entonces, rejuvenecieron la política, y encima eran guapos y olían a Nenuco, como dice Federico (JL, no GL). Pero se llenaron de balón o se les encogió el brazo, y cometieron errores estratégicos, por ego o por valentía, quién sabe, pero eso da igual, porque la política es rugby sin caballerosidad. Ahí comenzó su declive.

Siguieron dando guerra en Cataluña durante el delirio del Procés, que espero sea lo más cerca y lo más lejos que hemos estado de un conflicto civil por los siglos de los siglos, y tras ese lustro (2015-2020) tan esperanzador como ominoso de la política nacional, como un fusible que ha cumplido con su corta vida útil, se fueron quemando entre sinsabores electorales y guerras intestinas siempre mal resueltas. Hasta ayer, en que certificaron su anunciada muerte por boca de un joven desconocido, notario del óbito, acompañado de otros tantos desconocidos del gran público, no presentándose a las próximas elecciones generales.

Gracias, pese a todo. Por habernos hecho sentir parte de un proyecto ilusionante durante 17 años, uno que daba a la palabra ‘libertad’ una vis menos épica, pero más próxima, y por hacer que aquellos a los que elegíamos para representarnos se parecieran un poquito a nosotros. Por habernos dado ilusión, la menos corriente de las monedas hoy en día. Y gracias por hablar claro, hasta que ya no se os entendió, y se perdió la cobertura, y os convertisteis, como dijo Borges, en «eco, olvido, nada». Descanse en paz, Ciudadanos.

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