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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Sh bam

Estábamos en la piscina en clase de aquagym cuando aparecieron unos hombres grises —como en Momo pero con esos cubre zapatos de plástico indignos con los que pretenden que las que llevamos tacones crucemos el arco del aeropuerto—. Tomaban apuntes con ese gesto de superioridad de los examinadores de la DGT y de quien sabe que puede poner una cruz aquí o allá y cerrar un polideportivo. Así fue exactamente. Horas después recibimos un mensaje en el móvil anunciando el inmediato «cierre preventivo de la piscina a raíz del deterioro de la fachada».

Por eso, porque me pillaba reciente el disgusto vivido en el grupo de WhatsApp de la piscina, y cuando tú vas yo vengo de allí, empatizo tan fácilmente con los otros chats compungidos por la derrota de la izquierda en los comicios municipales y regionales. Es más, apuesto que no serían tan distintos los mensajes desesperados en unos y otros grupos: «Pero, ¿cómo puede ser? ¡Si hace un rato [las paredes de la piscina; las encuestas] estaban bien!», «¿Qué será de nosotros ahora?», «¡Malditos sean todos los tipos con corbata…!».

Y aunque me gusta el agua por encima incluso del vino, pero soy una persona eminentemente práctica, mientras otros huérfanos de aquagym tardaron semanas en dejar de darle vueltas y más vueltas a lo sucedido y buscar una alternativa para los meses que durarán las obras, yo me hice un Pedro Sánchez y al ratito emití un comunicado con un enlace al nuevo polideportivo en el que pensaba pasar el duelo y el verano. Y mientras me siguen llegando, espaciados, pero todavía hondos lamentos de qué se hizo mal para no haber visto venir y así evitar la catástrofe; si fue antes el huevo o la gallina o cómo pudo pasar Ciudadanos de tocar la vicepresidencia a la caída más que libre, con piedras en los bolsillos, me ha dado tiempo en el nuevo gimnasio, incluso, a lesionarme. Codo de tenista. Percance que no he mencionado en el grupo de WhatsApp a sabiendas de que no haría sino aumentar el temor entre los indecisos a los riesgos del deporte en secano.

¡Codo de tenista! En lugar de la cuenta bancaria o al menos la tenacidad de algún tenista al que le gusta conducir…, ¡quién me lo iba a decir! Probablemente lo único más difícil de creer para mi yo del pasado si alguien le dijera que algún día sufriría algo llamado ‘codo de tenista’ es que la lesión se produciría, lo mismito que la de los partidos-escisión de la izquierda, viniéndome muy arriba. Ellos por creer que solitos pueden y en mi caso, aún más literalmente, levantando una barra con peso en un push press. O tal vez más increíble todavía, que viviría con el brazo en cabestrillo por pasarme tres pueblos en body pump, el ver al presidente Pedro Sánchez, exhibiendo un press estricto anunciando que disolvía las Cortes y convocaba un adelanto de elecciones generales.

He tenido que cambiar mis pretenciosas clases de aspirantes a Increíble Hulk por otras mucho más flojitas: zumba y sh bam. Un territorio este de los bailes al que no me había atrevido hasta ahora a adentrarme porque lo imaginaba como un coche escoba de divorciados, pero ha resultado un confortable refugio para los cuerpos lisiados como el mío y, ¡qué quieren que les diga…! Un horizonte de chumba chumba y ritmos sabrosones se me antoja un paraíso alternativo al ruido de ‘acabar-con-el-sanchismo’ que se nos viene encima.

Mientras los nostálgicos de «cualquier tiempo pasado…» se frotan las manos con la cada vez más cercana posibilidad de que un gobierno para los españoles de bien derogue la ley del aborto o nos devuelva al salario mínimo de 736 euros pero que no nos okupen la casa los catalanes de ETA, yo también me he entregado a la tarea de hacer algo trascendental como aprender zumba. La profesora —que mueve los pies, se lo juro, a la velocidad de Correcaminos— nos recibió diciendo que «la lección número uno es dejar fuera la vergüenza». Me bastó una sola clase tratando de remover los glúteos como si estuviera en Río de Janeiro para darme cuenta que ‘vergüenza’ era un eufemismo de dignidad, pero ahí seguimos.

En cambio en sh bam, el profesor —que salta como Bugs Bunny, se lo juro—, nos insiste entre susurros que saquemos nuestro lado más sensual. Y yo lo intento, con toda la voluptuosidad que permite este cuerpo cubierto de arriba abajo de azul kinesiotape, contoneando las caderas, un, dos, tres; sacudiendo los hombros, un, dos, tres; dando un saltito adelante y otro atrás hasta que la música termina y rematamos cada coreografía con una pose triunfal. Casi casi… chulesca. Lo mismito que Pedro Sánchez disolviendo las Cortes y convocando elecciones, como quien dice: «Los de la izquierda, cojones, que os pongáis de acuerdo; los de la derecha, ¿no queríais adelanto? Tomad dos tazas». ¿Arriesgado? Sí. ¿Imposible? Estos ojos han visto levantar un bench press de 355 kilos…

¡Que sea lo que tenga que ser! Lo único que les puedo decir a ciencia cierta es que a algunos, el fin del mundo… nos pillará bailando.

@otropostdata

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