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Alex Volney

El futuro secuestrado

P or lógica kunderiana «ninguna nación ha vivido en el planeta Tierra desde la noche de los tiempos». La misma noción de nación es moderna. Algunas se sienten herederas de un don de Dios. Algunos pueblos definen su cultura como creación propia de sus gentes. Incluso las fronteras así se interpretan y transforman con esa misma lógica que lleva a los pueblos a las guerras conocidas, recientes, latentes y por conocer.

Kundera definía a la suya, la checa, «que había pasado por la antesala de la muerte», como una nación pequeña y sombríamente afortunada en cuanto a no caer en el triste chauvinismo histórico. A «esa ilusión engañosa» que no había tenido le atribuye el autor de La insoportable levedad del ser ser la incuestionable causa principal de su gran solidez. «La existencia de la nación checa nunca se ha sentido como evidencia, y es justamente esa ‘no evidencia’ uno de sus mayores atributos».

David antes de emprender el combate tomó la medida justa de sus facultades. Midió las limitaciones propias y asumió las diferentes superioridades de su contrincante. Solamente así pudo finalmente tumbar a la bestia. De haber tirado por otra táctica irremediablemente hubiera sumido a sus gentes a la implacable aniquilación.

Cuando los checos, con sus intelectuales a la cabeza, intentaron resucitar su casi olvidada lengua nunca perdieron de vista el gran peso del que disponían los que sostenían argumentos para todo lo contrario. Solamente desde aquí pudieron remontar de una manera asumible pues conocían que «una germanización habría simplificado la vida de los checos», «los pueblos pequeños no viven, solo sobreviven» en palabras del poeta paneslovaco Ján Kollár. Todo muy en contraste con la moderada apuesta de avance que pone a sus gentes ante el deber de justificar su futuro y, sobre todo, de ratificar el camino elegido, sin vacilar.

«¿Es el valor cultural de nuestro pueblo lo suficientemente grande para justificar su existencia?», se preguntaba Milan Kundera en el año 1967 en el Discurso ante el Congreso de Escritores Checoeslovacos. Si extrapolamos estas reflexiones a los recientes acontecimientos electorales podremos contemplar el absurdo retroalimento de los agentes activos de la actual polarización. El independentismo de derechas es a Vox lo que Vox es para el independentismo de derechas, puro alimento. En la implosión nazionalista en todos los rincones de Europa el llamado «Final de la Historia» ha resultado ser un espejo stendhaliano de recorrido retroactivo hacia el origen de todos los problemas: el más de lo mismo.

Aparte de socialdemocracia o conservadurismo la tercera opción va ocupando ya los rincones del viejo continente. Defínanla como quieran, en todas sus acepciones no estamos, hoy, ante nada nuevo.

Ese movimiento que combatió los totalitarismos en la antigua Checoslovaquia triunfó al ser un movimiento cultural en lo transversal y para nada concebido para ser recepcionado y desarrollado solamente por las elites. «Europa Central, la máxima diversidad en el mínimo espacio». En la Edad Media esa variedad en la unidad reposaba en la Cristiandad para luego «con la Ilustración reemplazarla por la cultura del entretenimiento, vinculada a los mercados y a las tecnologías de la información» según el historiador y editor francés Pierre Nora.

Los mercados y sus monocultivos actualmente tienen secuestrado el progreso. La incógnita a despejar es cómo piensan combinar el proteccionismo más rancio, la xenofobia, el racismo y el nuevo fascismo creciente con esos mismos mercados. Las posibles respuestas nos pueden matar de risa o nos pueden acabar erizando la piel.

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