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Pilar Garcés

EL DESLIZ

Pilar Garcés

Sánchez nos complica la vida

Convocar elecciones para finales del mes de julio no da puntos para hacer amigos, la verdad. Especialmente si los llamados a la fiesta sorpresa de la democracia ya tenían planeadas sus vacaciones

Ilustración: Sánchez nos complica la vida. Elisa Martínez

No sé a quién le pueden venir bien las elecciones del 23 de julio, la verdad, qué pereza. A Pedro Sánchez, que las ha convocado, sí. Lo dicen los politólogos y los comentaristas, que alaban su gran estrategia después del festival de la derecha y la ultraderecha el domingo pasado. Y recuerdan que el presidente es un tipo fabricado de titanio, que ha sobrevivido al enemigo y a los suyos, que lo echaron a patadas y se fue en un coche a dar la vuelta a España, pero que luego regresó para gestionar una pandemia y una guerra, con las dificultades de gobernar en coalición y algunos ministros más enamorados de los charcos de barro que Peppa Pig, y que por su liderazgo ha acabado tomando café con el mismísimo Joe Biden en la Casa Blanca. Pero no todos somos Pedro Sánchez, el incombustible campeón de la pericia táctica que no quiere acabar la legislatura en diciembre porque no le salen los números a su partido. No nos importa tanto dirigir el relato como asegurarnos las vacaciones. Veranear. Así de simple es la cosa cuando el calendario avanza hacia la canícula, que era hasta ahora tiempo vedado para sacar las urnas. Ha debido calcular Sánchez que el país entero descansa en agosto, cosa que no es verdad. La contraofensiva del líder socialista nos descuadra la planificación estival, que para el común de las familias no es moco de pavo. Quien más y quien menos ya ha efectuado reservas y pagos de escuelas de verano para los niños, billetes de avión, tren o barco, una semana en el camping, en el hotel, o en el pueblo, un vuelo a tal o cual lugar lejano. Que en medio de un trajín te cursen una invitación para la fiesta sorpresa de la democracia, organizada por los que no han podido triunfar en la que acaba de celebrarse, puede considerarse un problema logístico serio de consecuencias imprevisibles. Una buena noticia solo para las empresas dedicadas a fabricar abanicos adornados con los logos de los partidos.

Entre acabar la legislatura y culminar los proyectos en marcha, combatiendo contra la desmotivación de la izquierda y la hiperestimulación de la derecha, y amputarla de improviso en un intento desesperado de mantenerse a los mandos, Sánchez ha elegido lo segundo. Todo el poder o nada, pero no todos los compromisos cumplidos. Entre los asuntos que van a quedar pendientes por la disolución de las Cortes, considerados prescindibles tras el abrupto cierre del mandato, se encuentran la ley de salud mental, la del cine, la de movilidad sostenible, de paridad, contra la trata de personas, la modificación del Código Penal para eliminar el delito de injurias a la corona y la de los enfermos de ELA, entre otras. Tampoco verá la luz la ley de familias, una de las iniciativas estrella de Podemos que lleva meses atascada en el Congreso por la oposición de los nacionalistas, que creaba nuevos permisos para el cuidado de ascendientes o descendientes y equiparaba a las monoparentales con dos hijos a las familias numerosas. La conciliación tendrá que esperar tiempos más propicios, de nuevo. Ni idea de cuándo llegarán, ya se sabe que hay asuntos eternamente secundarios pese a ser los que mejoran de verdad la vida de las personas. Conviene recordarlo cuando volvamos a escuchar cómo se alude a ellos en la inminente campaña electoral que se nos viene encima, a treinta y pico grados, demasiado calor para aguantar órdagos que no vengan directamente del cambio climático.

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