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Antonio Papell

Elecciones: la única salida

A las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo, el PSOE acudió a trancas y barrancas, en una posición muy difícil. De un lado, la llamada a las urnas, aunque limitada a los niveles local y regional, era el primer examen al que había de someterse indirectamente el gobierno después de un largo periodo problemático en que el aterrizaje de la crisis sanitaria de la covid-19 coincidió con el estallido de la guerra de Ucrania y sus negativas consecuencias económicas sobre los europeos: crisis energética y crisis de elevada inflación, que han afectado todavía más a unas ciudadanías que ya venían doloridas de la pandemia.

De otro lado, los socios del PSOE en la coalición gubernamental y algunos socios de investidura han llegado al 28 M en situaciones muy excéntricas que no podían ser ignoradas por el electorado.

En concreto, es notorio que Podemos, que ha desaparecido materialmente de varios territorios, ha puesto palos en las ruedas de la operación «Sumar», que encabeza la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz y que marca la única vía de recomposición posible del sector ubicado en el ala izquierda de la coalición, con vistas a las elecciones generales. Asimismo, la lideresa actual de Podemos, Ione Belarra, ha llegado a criticar públicamente al gobierno en plena campaña electoral, en tanto Pablo Iglesias hacía la guerra por libre a todo el espectro desde su nuevo juguete mediático. Del mismo modo, Bildu, la formación abertzale que supuestamente trata de jugar actualmente en el marco de la legalidad constitucional y ha efectuado aportaciones intachables al proceso legislativo, se ha salido del guion y de las pautas de moderación al ubicar a exetarras con delitos de sangre en las listas electorales… Lo grave del caso es que todo el alboroto organizado contra Bildu por la derecha ha proporcionado a los herederos de ETA los mejores resultados de su historia en Euskal Herria. Curioso patriotismo el de los instigadores.

En este contexto, la oposición conservadora ha logrado con facilidad polarizar la campaña en torno a temas que nada tenían que ver con las convocatorias. Pero la demagogia no es pecado y la maniquea alarma que se ha sembrado contra Bildu ha resultado efectiva. Igualmente, noticias breves de pequeñas corruptelas electorales de las que suceden a docenas en todas las citas con las urnas han sido suficientes para que el primer partido de la oposición sugiriera la posibilidad de un pucherazo. La escuela de Donald Trump tiene los brazos muy largos.

Así las cosas, y si se tiene en cuenta que el PSOE había obtenido unos espléndidos resultados en las municipales de 2019 (6.657.000 votos frente a los 5.058.000 del PP), y que Ciudadanos ha desaparecido tras haber obtenido hace cuatro años 1.468.000 votos, le resultaba muy difícil al partido socialista evitar una derrota como la del domingo, en que el PP le ha sobrepasado por 7.047.000 votos frente a 6.289.000. El gran bajón de UP ha hecho el resto.

Estos resultados han sido ya interiorizados por el PP como su primer paso hacia la conquista del poder, un paso que requeriría incrementar la presión sobre el gobierno hasta conseguirlo. En estas condiciones, hubiera sido un martirio para todos —ciudadanos, partidos, medios— aguardar hasta diciembre para que se aclarasen las posturas y se expusiesen los verdaderos argumentos que esgrimen los contendientes para justificar su idoneidad ante los electores.

El anticipo de las elecciones al 23 de julio trae consigo varios elementos positivos. En primer lugar, evita el agobiante trayecto de seis meses de precampaña electoral, con las influencias negativas evidentes sobre el proceso económico y social y en un periodo que coincide además con la presidencia española del Consejo de la UE.

En segundo lugar, la llamada a las urnas pone a todos en su lugar. El PSOE deberá perfilar sus propuestas políticas tras los desarrollos ya efectuados en esta legislatura. Las fuerzas a la izquierda del PSOE no tienen más remedio que acudir a la llamada de «Sumar» para intentar conseguir una fuerza unitaria creíble. Y los dos partidos de la derecha no tendrán más remedio que explicar cuáles son sus planes de futuro ya que Vox ha asegurado que quiere ingresar en los gobiernos de las comunidades en que la mayoría del PP no es absoluta y necesita por tanto los votos de la ultraderecha para lograrla.

También los ciudadanos tendrán ante sí una disyuntiva muy clara que hace referencia al destino del país. Tendrán que optar entre a).-una preconcebida coalición de izquierdas, que mantendrá lógicamente un rumbo parecido al que ha ensayado hasta ahora, con un énfasis claro en los servicios públicos, en la asistencia social y en incrementar el papel benefactor del Estado, y b).-una coalición (en la práctica) PP-VOX, cuyos objetivos, posiciones y principios resultan conocidos. Y paralizantes, algunos de ellos.

Está muy bien, en fin, que el gran dilema se plantee con toda rapidez y con la máxima explicitud y claridad.

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