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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Sánchez contra el PSOE

Cuando estamos ya a las puertas de la votación del domingo es cuestión bastante contrastada que la sobreexposición de Sánchez perjudica gravemente a las candidaturas del PSOE, sean municipales o autonómicas. Cuando desde hacía meses, algunos criticábamos a Feijóo por su estrategia de escabullirse de la responsabilidad de presentar una moción de censura, atribuyéndosela a los ciudadanos el 28M, lo hacíamos porque tal estrategia, impropia de un expresidente de una comunidad, desnaturalizaba las elecciones, en las que se dirimían parlamentos, presidencias y alcaldías. Lo que en ningún momento llegamos a pensar es que Sánchez se sumara de forma entusiasta a la misma. Lo ha hecho con un rosario de promesas vacuas, sea porque ya estaban acordadas en el Consejo Interterritorial en apoyo de la atención primaria (580 millones aprobados hace meses) o la salud mental (para cuándo las listas de espera en los hospitales), sea porque ofrecía viviendas donde no había demanda, sea por su aroma inconfundiblemente electoralista, como la subvención al Interrail, sea por los martes de cine para jubilados a 2 euros, recibidas con entusiasmo por auditorios seleccionados, que ignoraban que todas ellas deberán ser financiadas con más impuestos y más deuda.

El resultado electoral de tanta promesa es más que discutible. Cuando no se han disipado los efectos de una ya está en marcha otra, con lo que se llega a un estado de saturación que las desactiva. Ante la crítica generalizada por esa lluvia de promesas de felicidad caída del cielo a pocos días de las elecciones, Sánchez reacciona arremetiendo contra la derecha: «un gobierno no deja de gobernar porque haya elecciones, no hacemos como la derecha que tenía paralizado al país». Nos toma por tontos. Gobernar cuando hay elecciones, en un país civilizado, supone el ejercicio exquisito de no interferir en las mismas desde el ejecutivo. Pero está claro que para el autócrata Sánchez no hay límites que no se puedan traspasar. Lo dijo claramente, «vamos a ir a por todas», así ha sido, traspasando todos los límites de la decencia. Es especialmente contradictoria la profusión de promesas con la situación de precariedad de la administración del Estado. Medidas como el Ingreso Mínimo Vital no pueden aplicarse a todos los ciudadanos que la precisan por la dificultad de la burocracia exigida, por la imposibilidad de conseguir citas con la administración, por el colapso de la Seguridad Social, negada contra toda evidencia por el ministro. La situación de la Justicia es un ejemplo del mal gobierno. Se ha llegado a un acuerdo de incremento de sueldos, primero con letrados y fiscales, después con jueces y magistrados, siendo una de las partes la ministra de Justicia, Llop, que ha negociado su futuro sueldo y se ha dejado desamparado al resto de personal, sin el cual, todavía en huelga, no se pueden solucionar los atrasos de la Justicia. Invertir en Justicia no da votos y así se hace realidad la frase de Séneca de que «nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía». La realidad de un Estado que obliga al ciudadano a realizar todas las gestiones de la renta de forma informática y disponiendo de máquinas como el ordenador y el móvil (seguramente de forma inconstitucional) se compadece poco con la visión de los juzgados con mesas atiborradas de montañas de legajos. Exige al ciudadano lo que el Estado es incapaz de cumplir. Es una realidad que nos remite al siglo XIX, a Dickens y su Casa desolada, o a Galdós y Miau. Esta es la tarea que inexcusablemente debe afrontar el Gobierno y no establecer la tarifa de dos euros para los jubilados los martes de cine. Todo esto viene de lejos, pero es ahora, con el maná de promesas de Sánchez, cómo se hace más evidente el contraste entre la vacua promesa de felicidad del poder y la hosca realidad de un Estado que no funciona.

Siendo verdad que la omnipresencia de Sánchez en todos los telediarios acentúa la característica de juicio sobre su figura en las elecciones del domingo, no se comprenden muy bien las razones que le han impulsado a una estrategia que perjudica al PSOE. Será porque no ha asimilado la dimensión del rechazo que genera; será porque su narcisismo es tan desaforado que no puede concebir la posibilidad de que un triunfo electoral de Puig, Lambán y Page, los que de vez en cuando le contradicen, sin contar con su omnipresencia, pudiera avalar la idea de un liderazgo alternativo. Si ellos ganan, habrá sido contando con su implicación, se refuerza para las generales; si pierden, será por su gestión en el territorio, se libra de unos críticos incómodos y azuzará aún más el miedo a la derecha. Sea como sea, con Sánchez dirigiendo al PSOE no hay más alternativa a un gobierno del PP, con o sin Vox, que un Gobierno del PSOE con la extrema izquierda apoyado en ERC y EH Bildu; y ya hemos visto con la reacción de algunos a las listas de EH Bildu con 44 condenados por terrorismo, de los cuales 7 eran asesinos convictos, que ese proyecto empieza a levantar reticencias también en el PSOE. A ver quién vota eso.

Una novedad ha sido que Feijóo, acosado por la presión de Vox acusándole de ser un Rajoy 2, de falta de compromiso para liquidar las leyes impulsadas por Sánchez, desde la de Memoria Histórica hasta la ley Trans pasando por las de eliminación de la sedición o la rebaja de la malversación, no ha tenido más remedio que explicitar que el posible triunfo del PP el 28M y las generales de diciembre supondría la derogación de esas leyes. Ha dicho que no se trata de votar sólo para cambiar el Gobierno sino para hacer los cambios que necesita el país. Además de las derogaciones, ha concretado alguno, como modificar la ley de partidos para evitar terroristas en listas electorales, pero poco más sabemos del proyecto que quiere para España. Algún otro compromiso firme debería haber aportado. La traición a los suyos ha sido la gran lacra de Sánchez, además del desarme del Estado, la claudicación no explicada ante Marruecos, leyes profundamente divisivas, el asalto a la separación de poderes y la polarización política del país. Su gestión será para el PSOE una pesada losa de la que costará librarse, si es que se puede.

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