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Antonio Papell

Piensen antes de votar

La campaña electoral previa a las elecciones del domingo está siendo intensa, tediosa y un tanto desquiciada, como casi siempre en este país que ha tenido que subirse en marcha al proceso democrático en una Europa unida que fue creada inteligentemente para que no se repitieran antiguos y dramáticos errores pero que, aunque tenemos motivos poderosos para enorgullecernos de lo conseguido, no es seguro que tenga conciencia de los riesgos que corre ni de lo dramático que resultaría que volviéramos a incurrir en las equivocaciones que provocaron los conflictos antiguos.

Para muchos ciudadanos que participamos de una manera o de otra en la formación del régimen democrático español, generando consensos que permitieron escribir la Constitución, la mayor desazón reciente ha provenido del retorno de las ideas autoritarias nefandas que alumbraron una dictadura de 40 años ulterior a una sanguinaria guerra civil que había aplastado el régimen republicano, el único realmente democrático de toda la historia de España. El surgimiento de Vox, basado en la reivindicación de los principales elementos dictatoriales que justificaron la dictadura, ha sido sin duda la noticia política más inquietante desde 1978.

Lo grave del caso no es sin embargo que en España haya surgido una fuerza excéntrica basada en la nostalgia, sino que este desafortunado nacimiento sea solo la parte alícuota de una movilización general europea que camina en el mismo sentido intransigente y rompedor. En Francia, la extrema derecha del Frente Nacional (FN; hoy, Rassemblement National, RN) nació en los primeros años 70 del pasado siglo y ha ido creciendo y adaptándose desde entonces hasta el punto de que el actual presidente de la República, Emmanuel Macron, ha tenido que batirse con la candidata Le Pen de RN en las segundas vueltas de las dos últimas elecciones presidenciales, en 2017 y en 2022. No es aventurado pronosticar que antes o después la extrema derecha llegará al poder en el país vecino.

En Italia, desde octubre de 2022 gobierna Georgia Meloni, del partido ultraderechista Hermanos de Italia, que ha adoptado ademanes muy moderados pero que en un mitin organizado por VOX en Marbella el pasado 13 de junio dijo cosas como estas: «la izquierda defiende a la mujer hasta que el agresor es un ilegal»; «el verdadero objetivo de la ideología de género no es la igualdad sino la desaparición de la mujer»; defender a las mujeres es, entre otras cosas, «denunciar la inseguridad étnica en nuestros barrios». Meloni también denunció el «fundamentalismo climático del pacto verde» y señaló el reto que supone para la economía la deslocalización que, a su juicio, nos hace más dependientes de países como Rusia o China y que «nos llevará a la ruina».

Los países del Grupo de Visegrado, con sus dificultades para adaptarse a la UE tras su relativamente reciente integración, están orillando peligrosamente los grandes principios europeos. Pero nadie está a salvo: Fernando Vallespín alertaba el pasado domingo de que también en Alemania muchos «indignados» están votando al grupo neonazi Alternativa para Alemania (AfD). Aunque allí funciona la sabia praxis del cordón sanitario, la prensa más solvente de Alemania alerta sobre la subida de AfD en las encuestas, de forma que en algunas de ellas los ultras se igualan con los verdes y en otras aún más inquietantes con los propios socialistas del SPD.

No es lugar para desgranar una teoría sobre las causas de semejante deriva que está adquiriendo proporciones inaceptables. Sí parece claro en todo caso que las grandes fuerzas tradicionales surgidas y reorganizadas tras la Segunda Guerra Mundial no fueron capaces de enfrentar con suficiente inteligencia y con la necesaria decisión la crisis de 2008, que derrumbó muchas esperanzas en occidente y llevó la depauperación a las clases inferiores, que ya se habían liberado de ella. No es en absoluto racional que la expresión del descontento con una clase política determinada sea votar a los extremos más radicales, a las personas que, con el pretexto de crasos errores políticos de las mayorías, quieren en realidad derribar el régimen político. Porque según el churchilliano axioma, la democracia es, sigue siendo, el peor de los sistemas, a excepción de todos los demás.

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