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Matías Vallés

Limón & vinagre

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Carlo Ancelotti | No quiere hablar de fútbol

Carlo Ancelotti ha tenido mala suerte con esta radiografía, fundamental para su carrera. Un mes atrás se hubiera titulado «El jefe que todos querríamos tener». Excepto Marco Asensio, claro. Después de contemplar a un personaje tan malhumorado y maleducado como su estrella Vinicius tras la derrota en Valencia, un entrenador que ofende a una periodista con un reiterado «No quiero hablar de fútbol», el titular caía como manzana newtoniana. Por cierto, el técnico trató con mucha mayor deferencia a los machotes de la rueda de prensa que a Isabel Forner, que mantuvo ejemplar la compostura. ¿Machismo? No, por favor, solo el Real Madrid decide cuál es la aberración del momento.

Ancelotti ofrece la triste imagen del impasible descompuesto. Ha hecho el ridículo en un campeonato demediado y ha sido apisonado en la Champions, es normal que no quiera «hablar de fútbol». Para ocultar sus tristes prestaciones en la temporada, ataca a la Liga entera, a España al completo y a cincuenta mil valencianos que han pagado religiosamente para presenciar las lamentables prestaciones de su equipo, véanse las clarividentes declaraciones autocríticas de Ceballos tras el partido.

Ancelotti ya no es «calmo y tranquilo», según exigía desencajado. Inculpar de racismo repetidamente a cincuenta mil clientes, «todo el estadio», oscila entre la impotencia y la incompetencia. Un periodista valiente tuvo que arrancar de su ficción y de su fijación a quien antaño manejaba las ruedas de prensa a voluntad, porque desactivaba las preguntas antes de que fueran formuladas.

Los españoles siempre están dispuestos a recibir lecciones del exterior, ya provengan del Brasil que vota en un cincuenta por ciento a Bolsonaro (autor de la fenomenal frase «ni para procrear sirven ya») o de la inmaculada Italia. A propósito, Ancelotti cobró millones de euros de un tal Silvio Berlusconi, durante sus cinco temporadas como jugador y ocho como entrenador del Milan.

El elegantísimo Ancelotti, al que le cabía el balón en la cabeza como el Estado a Fraga, merecía por supuesto cada euro que se embolsó. Sin embargo, no constan manifiestos contra un Berlusconi modélico por tantos conceptos, pero que declaraba que «me da asco una que va con un negro», en referencia por cierto al futbolista Balotelli. Tampoco se han hallado, aunque pueda achacarse a pereza investigadora, pronunciamientos del entrenador reclamando indignado la paralización de la Serie A por los desvaríos de Sua Emittenza.

El Madrid no puede ser perdedor ni víctima, y Ancelotti pagará haber promulgado la transición de la derrota a la autohumillación. «Ha sido un buen año» es otra fase condenatoria del entrenador que condena la podredumbre social de la sociedad española. Sobre todo, por comparación con su admirable Italia gobernada por una neofascista, y donde los ayuntamientos del sur pactan ahora mismo con miembros de la mafia, la camorra y la ‘Ndrangheta, con perdón por si se ha omitido a alguna de las benéficas instituciones meridionales.

El propio Ancelotti cambió su confutación universal «todo el estadio» a «un grupo de aficionados» en un par de horas, pero sin disculparse hasta días después. Cada insulto racista a Vinicius es una descalificación de la Liga en su conjunto, pero la lucha contra esa lacra debería ir acompasada con el combate de la violencia en los estadios. En este capítulo, el delantero expulsado por agresión en Valencia y con otra decena de tarjetas amarillas en esta temporada es un contraejemplo del comportamiento caballeresco. Tampoco su técnico puede presumir de haber moderado al ariete multimillonario, que llamaba «tonto» a un periodista valenciano.

Por comparación con entrenar al Madrid, ríanse de pactar con Bildu, pero no suena tranquilizador comprobar que Ancelotti es más inestable que Vinicius. El partido de Valencia debió interrumpirse porque el Madrid no se jugaba nada, y además perdió. El entrenador blanco quiere emborronar la Liga del Barça, y el catarí Xavi se suma a la maniobra. Ambos técnicos se enlazan en la denuncia de insultos deplorables pero no masivos. He buscado en vano, otra carencia investigadora, sus invectivas contra el Mundial disputado en Catar, país de legislación homófoba unánimemente aclamado por el mundo y el periodismo del balón.

Ancelotti no quiere hablar de fútbol, se ha contagiado de la semana electoral y solo se pronuncia como candidato a un banquillo que ya no merece. Cabe elogiar, eso sí, su impagable aportación del pasado martes al detallar la relación de estadios con espectadores racistas. El Bernabéu queda exento de la lista, bueno es saberlo.

Carlo Ancelotti, en la rueda prensa en la Ciudad Deportiva del Real Madrid, este martes.

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