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Matías Vallés

Oblicuidad

Matías Vallés

Marlowe, el primer superhéroe sin poderes

Toda novela negra policiaca se mide un siglo después a Philip Marlowe, el detective privado que inventó al cultísimo Raymond Chandler para tramitar sus fantasmas. El ciclo de siete novelas en torno al primer superhéroe sin poderes está concebido para el cine, porque el escritor deseaba exorcizar su etapa simultánea de coguionista de Perdición junto a Billy Wilder. El refinado escritor se sentía aterrorizado por un director deslenguado al que atribuía comportamientos despóticos.

Marlowe impone la traición de los detectives públicos o privados con un pasado. El currículum interfiere en sus casos, acaban siendo más sospechosos si no culpables que sus asesinos de turno. De hecho, el canon actual impone la depravación moral de los investigadores, que el personaje de Chandler sustituye por la integridad despectiva de no dejar ninguna insolencia sin respuesta. Todos los escritores han intentado actualizar sus réplicas cortantes, nadie se le ha aproximado como el malogrado Philip Kerr, con su Bernie Gunther a lomos del nazismo. Y en la versión de slapstick, el Jackson Lamb de los caballos lentos de Mick Herron.

La mayoría de los detectives actuales están deliberadamente tiznados de Marlowe. El Harry Hole de Jo Nesbo pierde un dedo a cada novela, hasta convertirse en la versión del californiano magullada por Edvard Munch. El gigante actual del género, Michael Connelly, ha recreado el paisaje de voladizos de su predecesor en el impagable Harry Bosch, ya reforzado por Renée Ballard y de quienes acaba de publicarse Estrella del desierto.

Marlowe es Humphrey Bogart para quien disponga de la edad suficiente. También fue Robert Mitchum o Elliott Gould, en las versiones a rescatar del naufragio. Neil Jordan ha colocado a Liam Neeson en el papel cumplidos los setenta. Su película es un siempre apreciable vaso de agua en el desierto, por mucho que los exquisitos le hayan reprochado que no sirviera el líquido a la temperatura exigible. El guion heredado de John Banville carga con las miserias de un autor sobrevalorado, el detective se sentiría hoy más cómodo con los diálogos chispeantes de Mi crimen, la sorpresa de la temporada. Porque Marlowe encarna el imperio de la lógica, de ahí su pasión por el ajedrez, el único juego sin azar. Y que prometedora resulta la perspectiva de un verano donde repasar a Chandler, empezando por El sueño eterno. Y así sucesivamente, sin olvidar sus cartas.

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