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Matías Vallés

Cinco años de Sánchez

El presidente del Gobierno alcanza la mayoría de edad en La Moncloa, sin apearse ni un día de las turbulencias que propiciaron su llegada en la primera moción de censura exitosa

Pedro Sánchez cumple su primer lustro en La Moncloa, el próximo 1 de junio. Es el primer presidente del Gobierno que no fue promovido por el Rey, bajo la fórmula constitucional de que Su Majestad "propone" y el candidato "expone". El líder socialista se saltó los trámites, una constante de su biografía. Cabría hablar de que el cumpleaños presidencial le sorprende en una encrucijada, pero ha habitado una crisis ininterrumpida que no ha mellado su combatividad. De momento, porque Zapatero necesitó un año más para rendirse.

El titular "Cinco años de Sánchez" dista de ser equivalente a "Los cinco años de Sánchez". La primera expresión contiene un tono denigratorio, de condena o maldición, y no precisamente para el presidente del Gobierno. La segunda oscila entre la descripción y la aprobación, despide un aroma laudatorio. El cumpleañero alcanza la mayoría de edad en La Moncloa sin apearse ni un día de las turbulencias que propiciaron su llegada, en la primera moción de censura con éxito. Hay justicia poética en el triunfo del diputado que dimitió antes de votar la investidura de Rajoy, a diferencia de los herederos de los diputados socialistas que se arrojaron de bruces al suelo en el 23F. La proclamación de Sánchez cerró la única legislatura de la historia gobernada por dos mayorías alternativas, con el dato exótico de que la absoluta fue la segunda.

Todos los presidentes democráticos excepto los dos primeros, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, han perdurado por encima de un lustro. En el quinto cumpleaños aparecen por primera vez las acusaciones de cesarismo, que son las canas del poder y que Sánchez preferirá al estigma de okupa. Baste recordar La ambición del César, el libro de José Luis Gutiérrez y Amando de Miguel que en 1989 supuso uno de los primeros torpedos en la línea de flotación de Felipe González.

Los guardianes de la pana izquierdista detestan a Sánchez a cualquier edad. Es decir, los socialistas clásicos preferirían que gobernara la derecha a someterse al secretario general que repudian. Cualquiera diría que el felipismo no acabó sumido en un océano de corrupción. El contorsionismo del PP es más exagerado. Desde luego que también odian al cumpleañero, pero no muestran mayor simpatía hacia los sucesivos presidentes populares que van devorando, Pablo Casado o Núñez Feijóo, el burócrata que está aprendiendo a odiar. La derecha ultraortodoxa piensa que no hay ningún presidente digno de su elevadísimo concepto de España.

Es posible que Sánchez se haya equivocado durante 1.825 días consecutivos, pero no lo ha tenido fácil. Sus cinco años equivalen a los quince de González. Todos sus logros quedan corrompidos por sus alianzas, los fracasos le pertenecen al completo y sin excepción. El presidente del Gobierno sobrevive a su asaeteamiento al igual que hizo San Sebastián, pero no conviene olvidar que el mártir fue ajusticiado a la segunda.

La soledad propiciada por un Gobierno de mínimos, con ministros que no son conocidos ni por el veinte por ciento de la población, se traduce en los mitines en un discurso elemental. Verbigracia, en el presidencial "Estados Unidos es la primera economía del planeta", pronunciado el pasado jueves sin parpadear. Sánchez lleva encajados tantos golpes, que no queda un hueco en su anatomía política para endosarle un vicio virgen.

Acertar con el regalo de cumpleaños es tan importante como la felicitación. Sánchez suspira por un poco de felicidad y facilidad, sin pandemias ni guerras. Nadie va a alabarle por haber pacificado a colectivos silvestres como Bildu o Esquerra, ni por el más difícil todavía de mantener al PSOE en vilo, que es la única manera de controlarlo. El presidente reclama su obsequio como si tuviera un futuro. "Vamos a gobernar unos cuantos años más", presume ante sus huestes provinciales.

El segundo lustro es muy peligroso, con los cepos corruptos de González, la boda escurialense de Aznar, el "me cueste lo que me cueste" de Zapatero, o todo un primer ministro declarando como testigo de pupitre en un juicio de alta corrupción, aunque se trate de Rajoy. Más allá del horizonte de los cinco años, los gobernantes desarrollan tendencias suicidas, hablando en términos estrictamente políticos. Se exilian a la política internacional, o no tienen reparos en atribuirse durante la caravana electoral aquellas medidas que tragaron como un purgante. Por esas fechas ya han madurado el grado implacable de los grandes depredadores, indispensable para la supervivencia. Aunque nadie desmentirías que el rocoso Sánchez portaba ese accesorio de fábrica.

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