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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Tres yogures

Me preguntaron si escribir era una forma de venganza y dije que sí. No una forma de venganza contra alguien o algo en particular, sino contra el hecho de vivir en un mundo ininteligible, un mundo despiadado, un mundo lleno de lugares en el que poca gente, sin embargo, encuentra el suyo. Yo me puse a escribir por las mismas razones por las que me puse a leer, por venganza. Mientras me hallaba dentro de un libro, el mundo no existía para mí, puesto que yo no había existido antes para el mundo. La vida cotidiana es tan cruel que alguien tenía que ponerla en su sitio. Leer y escribir era un modo de hacerlo.

En todo esto pensaba yo, cuando me dirigía a casa, después de que en un acto público me hubieran preguntado si escribir constituía una forma de venganza. Iba en el metro, rumiando mi respuesta, preguntándome si había sido lo suficientemente claro, cuando observé cerca de mí a una mujer muy gruesa que se comía con disimulo un muslo de pollo. Cuando digo con disimulo, quiero decir con todo el disimulo con el que es posible ejecutar esta acción en un vagón del metro. Sacaba la pieza de carne de un envoltorio grasiento de papel de periódico, se la llevaba a la boca, la mordía, y volvía a escóndela. No me dio la impresión de que la mujer comiera de este modo por hambre, sino por venganza. Se vengaba de su triste existencia de este modo. Lady Di se vengaba de la humillante situación marital en la que había caído vaciando la nevera y vomitándola después sobre el retrete real.

Pensé en la anorexia como una forma de venganza, en el alcoholismo como una forma de venganza, en la vigorexia como una forma de venganza, en el bricolaje como una forma de venganza… De súbito, me di cuenta de que el 90% de la población necesitaba vengarse de la vida que le había tocado en suerte. Salí a la calle, donde un chico estuvo a punto de atropellarme con su moto. Conducía a ciegas como una forma de venganza. Pensé que el mundo estaba dominado por la venganza y que mi manera de ejecutarla —leer y escribir— constituía una de las formas más civilizadas de llevarla a cabo, quizá una de las más cobardes también.

Esa noche, me desperté con hambre y me tomé tres yogures seguidos de pie, frente al frigorífico abierto, iluminado por la débil luz de su bombilla. Los vomité por venganza al amanecer.

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