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Antonio Papell

El final de ‘Sálvame’

Durante el desarrollo democrático de este país, el sistema mediático ha acompañado a la sociedad en un viaje que arrancaba de la opacidad y la censura y se adentraba en la constante búsqueda de la verdad que caracteriza a los regímenes de libertades. Y en este ya largo viaje ha habido dos hitos singulares: a).-la liberalización del audiovisual de 1988 y la consiguiente llegada de la televisión privada, por decisión del PSOE y en contra de la opinión de un sector relevante de la izquierda que prefería un modelo mixto semejante al británico, y b).-Ia irrupción de las TIC (nuevas tecnologías de la información y la comunicación), con la digitalización y la llegada de Internet. Las televisiones autonómicas y la TDT enriquecieron asimismo el panorama hasta generar un mercado competitivo, que en sus últimos años ha debido encajar además las plataformas de televisión a la carta.

En este panorama complejo, los análisis han de realizarse cautelosamente porque la realidad ha cambiado velozmente. Se ha fracturado la audiencia y el audiovisual, los juegos e internet han dado lugar a un continuum dinámico en que los gustos de los jóvenes tienen poco o nada que ver con los de sus padres/abuelos. Y, por supuesto, el sistema diversificado ha reducido el poder político de cada medio hasta porcentajes casi inexpresivos.

Desde la concentración de 2010-2011 por la que Antena 3 adquirió la Sexta y Telecinco incorporó la Cuatro, la televisión privada se configuró en dos bloques hegemónicos, el primero liberal conservador y dirigido preferentemente a las familias de clase media, y el segundo más transversal y anárquico, teóricamente adaptado a los gustos de la juventud y claramente concebido como puro negocio, dispuesto a conseguir audiencia a toda costa, dentro de unos límites muy laxos. Este término del duopolio privado estaba controlado por Berlusconi y dirigido por un técnico italiano, Paolo Vasile, muy hábil en la lucha diaria por la audiencia. Los maliciosos han llegado a decir que Vasile fue el inventor de la telebasura, y ciertamente sus programas de entretenimiento social estaban basados en el morbo y en la construcción de un universo frívolo de personajes populares que acabó siendo endogámico, que dio de comer a innumerables figurantes que exhibían su vida privada como una telenovela y que entremezcló la vida de los colaboradores con las de las estrellas invitadas, hasta acabar formándose un entretenido aquelarre de frivolidades que ocupaba las tardes y las noches de mucha gente común, ávida de vivir otras vidas más lustrosas cuando llegaban agotadas a sus sofás después de cumplir con el trabajo cotidiano.

Se ha escrito mucho sobre el efecto supuestamente devastador de la telebasura en la inteligencia y la conciencia de los espectadores, pero muchos pensamos que los televidentes son perfectamente conscientes de que los actores de la telebasura no son modelos que debamos imitar ni marcan pautas que haya que seguir. En realidad, uno piensa que quien disipaba las horas en el seguimiento de aquellas peripecias orquestadas con sabiduría por Jorge Javier Vázquez no hacía más que contemplar una película fantástica, completamente fabulada, que nada tenía que ver con la realidad. Y el espectáculo no solo no hacía proselitismo de aquellas vidas rotas que pagaban el precio de la fama sino que, a través del periodista Vázquez, inteligente, rojo y homosexual, difundía tácitamente unos códigos de valores anarquizantes y progresistas, irreverentes e irónicos, que mostraban la crudeza de la realidad, la fragilidad de las vanidades y la hipocresía de los figurones.

Evidentemente, quien buscase moralina en aquellas frivolidades estaría perdiendo el tiempo, pero no parece que el audiovisual privado haya de dedicarse forzosamente a difundir la cultura o la moral cristiana: la España de Sálvame era un refrito divertido de pasiones y miserias, de ambiciones y derrotas, de espíritus geniales y de fracasados irrecuperables. En definitiva, era un retrato de una realidad llena de luces, farolillos de feria, derroches verbeneros y discos de vinilo. Todo ello cargado de escepticismo, de picaresca y, las más de las veces, de ingenio. Ahora, me cuentan que llega la derecha a ocupar el vacío que deja Sálvame. O sea que pasaremos de la iconoclasia al adoctrinamiento. No tengo duda de que la muerte de la telebasura es un avance. Lo que no sé es hacia dónde.

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