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Antonio Papell

Alemania, contra la energía nuclear

Alemania acaba de cerrar sus tres últimas centrales nucleares. El 15 de abril pasado, se ponía fin a un periodo nuclear de más de 60 años, ya que Alemania puso en marcha su primera central nuclear en el año 1960. Los expertos afirman que, como mínimo, habrán de transcurrir otros 60 años hasta que desaparezca cualquier rastro de energía nuclear potencialmente peligrosa en el país. Desde aquella fecha lejana, la energía de fusión fue ocupando un papel destacado en la generación eléctrica de la República Federal de Alemania, hasta el punto de ser aquel país el segundo mayor productor de la Unión Europea en el año 2021, después de Francia. La decisión de prescindir de esta energía fue adoptada por el Parlamento alemán en junio de 2011, con Angela Merkel en la cancillería, tres meses después de la catástrofe de Fukushima en Japón. Entonces se fijó como límite para la clausura el año 2022, pero la guerra de Ucrania y la crisis de la energía retrasaron el cierre unos meses. La crisis de la energía todavía no ha cesado y la Comisión Europea, para facilitar las cosas a sus miembros, decidió considerar limpia la energía nuclear, al menos por un tiempo. Berlín, sin embargo, no ha aceptado las sugerencias de mantener un tiempo más su producción nuclear, y Steffi Lemke, ministra alemana de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear, ha decidido el cierre, que simbólicamente ha tenido lugar mientras la ministra se hallaba en Japón, en una cumbre del G7 sobre medio ambiente, y horas después de que visitase la siniestrada central de Fukushima Daiichi, protagonista del segundo mayor accidente nuclear de la historia, después de Chernobyl.

La citada ministra alemana ha escrito un resonante artículo en la prensa internacional sobre el desmantelamiento de las últimas centrales, ha expresado su satisfacción por lo conseguido y ha explicado las cinco razones que a su juicio son las más relevantes para justificar la medida, que en Europa sigue siendo controvertida toda vez que Francia no solo no renuncia a la energía nuclear sino que, de forma muy controvertible, está construyendo nuevas centrales para incrementar la participación de esta energía en el mix eléctrico del país.

El primer argumento que esgrime Lemke es que Alemania es hoy mucho más segura ya que no tiene que temer un accidente causado por un error humano (Chernobyl), por un fenómeno natural (Fukushima) o por una acción terrorista o bélica. La guerra de Ucrania, que pone en grave riesgo las cuatro centrales con quince reactores que tiene el país invadido, está constituyendo un riesgo objetivo de gran importancia para toda Europa y para la comunidad internacional en general, y la imprevisibilidad de esta guerra demuestra que es irracional mantener instalaciones energéticas que pueden generar efectos apocalípticos.

El segundo argumento es que Alemania ya no produce más desechos radiactivos, y no agrava por lo tanto el problema todavía irresuelto que dejará un legado indecente a las generaciones posteriores. El tercer argumento es que, en contra de lo que se dice frívolamente, la energía nuclear no es amigable con el clima: produce cantidades ingentes de agua caliente que contaminan los ríos y que, de proseguir el calentamiento global, ni siquiera servirá para enfriar los reactores, generando nuevos problemas muy difíciles de resolver. El cuarto argumento es que la energía nuclear no es ni mucho menos barata y, desde luego, mucho más cara que la renovables, inviable sin subsidios gubernamentales.

Por último —explica la ministra— «la razón final para dar la bienvenida al cierre de las plantas nucleares restantes de Alemania es que simplemente no necesitamos la energía nuclear. Hay mejores alternativas. La energía solar y eólica ahora son mucho más baratas de generar. También son más seguros, más sostenibles y más respetuosos con el medio ambiente. Con los estándares correctos establecidos, también son compatibles con la conservación de la naturaleza». Es difícil no dejarse convencer por unos argumentos tan diáfanos.

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