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Norberto Alcover

Un cierto malestar

Una de las imágenes más tortuosas de los últimos meses fue contemplar el sillón presidencial de Pedro Sánchez en el Congreso, vacío de su necesaria presencia en la votación de una Reforma Legal que su mismo grupo político había procurado. No es que sea extraña esta forma de proceder en función de las ambiguas relaciones con sus socios de coalición, además del personalismo del Presidente desde que alcanzó el poder, nada de esto es extraño. Pero tales gestos, repetidos con frecuencia, me producen un malestar interior porque percibo una suerte de menosprecio parlamentario y una sobreactuación presidencial que se pierde en una nebulosa narcisista. Un Presidente tiene que saber estar en cada momento, más allá de rencillas partidistas y de intenciones coaligadas. Ese sillón vacío era un grito contra la propia responsabilidad de quien procedía en nombre del pueblo soberano y no solamente en el suyo propio. Y para nada se soluciona con el manido recurso a «imposiciones ideológicas» en razón del apoyo popular, para nada. Se trata de una elemental falta de educación democrática, que sus propios militantes harían bien en señalar.

Este malestar interior producido por la ausencia del Presidente en una votación provocada por su propio gabinete y grupo político, se ampliaba hecho de que la mayoría de sus ministros y ministras tampoco asistieron al debate y pertinente votación. Ahí estaban las dos ministras responsables del ‘sí es sís, Montero y Belarra, compungidas por el vacío de sus compañeros de Gabinete, mientras la Cámara ponía fin a una oleada de barbaridades cometidas por los agujeros de una ley equivocada. Era patético. Suponía, tal situación, que se puede gobernar solamente por mantenerse en el poder pero en absoluto por manifestar una unión ministerial fundamental para el buen gobierno de cualquier país. Coaliciones por supuesto, pero desuniones en el seno de un gobierno en absoluto. A no ser que el votante acabe por preguntarse a quién vota cuando vota. Lo que suele repercutir en altísima abstención

Por casos como este y por muchos otros, uno se pregunta si la calidad de nuestra democracia tiene la suficiente consistencia como para ser capaz de organizar en lo máximo y en lo mínimo la vida de los ciudadanos en todas sus vertientes, más allá de resolver las dificultades con pegotes coyunturales, casi siempre mediante un aumento de nuestra deuda imposible de soportar. Un país no se soluciona solamente con subsidios. Necesita infraestructuras, redes industriales, creación de puestos de trabajo, incluir al conjunto sin descartar a nadie, contar con un proyecto conjuntivo que dirija cada movimiento gubernamental de forma que la realidad no resulte ensombrecida por medidas de medio pelo, por memorias incorrectas y sobre todo por promesas en cadena que apenas encuentran resolución práctica. Además de legislar, hay que obligarse a cumplir lo legislado. En cualquier caso y con cualquier gobierno. Una promesa sin su correspondiente dotación económica es casi fraudulenta en estos momentos. Y si desean saber por qué acabo de hacer esta afirmación, tengan la bondad de leer Los dueños del planeta, de Cristina Martín Jiménez, y se harán cargo de lo escrito.

Es evidente que España es una democracia constitucional, por supuesto que sí. Nuestra pregunta no es relativa a esta cuestión, porque tiene que ver con «el tono moral» de una democracia que una y otra vez retorna a sus fantasmas pasados para avanzar en un mundo cada día más complejo y más futurista. Mientras no enfrentemos la natalidad, la falta de horizontes de la juventud, el apoyo a los mayores, la solidaridad autonómica, especialmente en la sangrante cuestión del agua, el insoportable aumento de la desigualdad, la creación sistemática de industrias para ir eliminando el paro enquistado, y en fin, contener las muertes de mujeres y de adolescentes in crescendo, tendremos una democracia constitucional, insisto en ello, pero será una democracia enfermiza y creadora de graves patologías. Que lo mismo sucede en otros países, para nada es una excusa puesto que todavía aumenta más y más nuestra preocupación.

Dígase lo que se diga en grandes medios y en esas redes tan peligrosas, nuestra democracia adolece de «talante moral vaciado» tras años de llevar a cabo una deconstrucción sistemática a todos los niveles. Se ha querido cambiar de plano una sociedad. Es el momento de preguntarnos si tal cambio no solamente nos ha cambiado porque también, y a una velocidad de crucero, nos ha desmantelado moralmente. El tiempo dirá qué hay de todo esto.

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