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Emma Riverola

Penitencia feminista

La aprobación de la reforma de la ley del solo sí es sí llegó y pasó. Dejó una grieta más en el Gobierno, una sonrisa en el PP, incontables aspavientos en las filas de Unidas Podemos y cierta indiferencia en la ciudadanía. No tanto porque el tema no inquiete -que lo hace, y mucho- sino porque tanta exacerbación y tanta acritud han acabado saturando. Ni el tema, ni mucho menos las víctimas necesitaban tanto derroche.

La ley salió mal. Es indiscutible. No se pretendía la rebaja de penas ni las excarcelaciones de condenados, se negó de forma reiterada que eso pudiera ocurrir, pero ocurrió. Atribuir a Irene Montero todas las culpas del desaguisado es injusto, el conjunto del Gobierno aprobó la ley. Pero tampoco se puede señalar únicamente a la judicatura, como la ministra de Igualdad no ha dejado de hacer, con una terquedad y soberbia a prueba de argumentos.

El impacto de la reforma es limitado, no puede revertirse lo hecho. Básicamente, se endurecen las penas en algunos nuevos delitos de violencia sexual. Pero, como todo lo que hace referencia a esta ley, se ha convertido en un exceso propagandístico. Y ahí todos se han explayado. Para empezar, la oposición. Ese PP en pie aplaudiendo la aprobación de la enmienda, queriendo evidenciar la soledad de las ministras de UP y el presunto quiebro de la coalición. Los rostros de las ministras del PSOE María Jesús Montero y Pilar Llop eran de una incomodidad absoluta. Los de Ione Belarra y Montero, pura desazón.

Estas dos mujeres vestidas de lila suave eran la viva imagen de un doliente duelo feminista. ¿O penitencia? Y se emplearon a fondo en transmitir el mensaje. El exceso verbal con el que han rechazado la reforma -que si un retorno al «Código Penal de la Manada», que si «una marcha atrás» en los derechos de las mujeres, que si acaba con el consentimiento- solo cabe enmarcarlo en una hipérbole propagandística que se acerca peligrosamente a la falsedad.

Irene Montero ha ido de crucifixión en crucifixión durante toda la legislatura. La ministra de Igualdad es la voz valiente y desacomplejada de un feminismo que provoca urticaria en la derecha, pero también en otros sectores del feminismo. Convertida en diana de unos y otros, caricaturizada y humillada, tiene algo de heroína mártir. Cuesta no ver en el abrazo entre ella y Belarra cierta voluntad de escenificación. Al menos, regalar una imagen de entereza a los suyos. Resistir, aunque sea en solitario. Caiga quien caiga. Cueste lo que cueste… Y el coste puede ser alto. Demasiado alto.

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