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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

Niñato a babor

El presidente del Gobierno del PP José María Aznar puso fin al servicio militar obligatorio en España el 9 de marzo de 2001. Hoy no lo haría. Ya no se cuentan, afortunadamente, historias de la mili, pero hoy pido dispensa para hablar de mi paso por las Fuerzas Armadas y de algunas cosas que aprendí en aquellos lejanos tiempos.

El viaje al pasado viene a cuento de la insólita historia de Jack Teixeira, el joven militar que ha dejado en ridículo al Pentágono norteamericano con sus filtraciones de altos secretos sobre la guerra en Ucrania y los culebrones diplomáticos de su país.

Yo cumplí con la patria entre 1983 y 1984. Fueron unos 15 meses y estuve destinado en unas oficinas del Gobierno Militar de Santa Cruz de Tenerife. Lo primero que quiero recalcar es que el Ejército de hace 40 años se parece poco al actual, pero hay perversiones en toda estructura jerarquizada que permanecen inalterables.

La primera es que los generales delegan en los coroneles, éstos confían en los comandantes, que a su vez se amparan en capitanes y tenientes. La escala de mando sigue descendiendo y, al final, los que hacen realmente el trabajo son los miembros de la tropa. Son muchos peldaños, más la última palabra, y quizás la más trascendental, queda, frecuentemente, en manos de un simple soldado.

Por mis manos pasaron documentos delicados (nada comparable a la historia que nos ocupa). Redacté resoluciones con trascendencia para militares y civiles; me ocupé de oficinas de reclutamiento para la Legión y los Paracaidistas; y hasta contribuí a mejorar la imagen de la institución. No tuve ninguna veleidad de filtrar algunas de esas sabrosas informaciones. Fui leal y eficaz. Tanto que querían que me reenganchara, con un sueldo de 197 euros al mes.

Lo que quiero resaltar es que la pachorra de la Fuerza Aérea estadounidense ha dejado en manos del último mono del cuerpo el inestable, inmaduro e inconsciente Teixeira asuntos capitales. Por encima del jovenzuelo de Massachusetts había decenas de suboficiales, oficiales, mandos y generales de muchas estrellas. La realidad es que las tareas eran ejecutadas por un humilde peón.

Otro de los vicios del Ejército de los años 80 era la «papelitis». Hacíamos decenas de escritos trufados de saludos protocolarios decimonónicos y con copias hasta para el palo de la bandera. Las misivas, que igual iban dirigidas al despacho colindante, tardaban días en llegar a su destino por las trabas de los registros.

Hoy en día la voraz burocracia ha sido sustituida por la mastodóntica, vulnerable y vital red digital. La Guardia Nacional dio al acusado de alta traición permisos para acceder a ficheros que poco tenían que ver con sus tareas reales. El soldado con cara de niño era «especialista en sistemas de cibertráfico». Tenía licencia para matar.

¿Quién vigila a los informáticos? Es la pregunta del millón en cualquier estructura militar o civil. Estamos en sus manos porque nos arreglan los ordenadores cuando fallan. Luego, nos importa un carajo lo que hagan o deshagan.

Mucho me temo que el gol por toda la escuadra que nos ha metido este niñato aficionado a los videojuegos y fanfarrón no sirva de escarmiento.

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