Podría ser un hecho circunstancial, pero ni aun así sería aceptable. El Miércoles Santo, frente el número cuatro de la calle Jaume Lluís Garau de Palma, había un número considerable de cochecitos de bebé amontonados alrededor de un árbol y su alcorque. Entre reservados oficiales, aparecían «colocados» aprovechando dos barras ancladas en el firme, para asegurar bicicletas. Algunos estaban asegurados con candado y cadena. Todo ello conformaba un penoso espectáculo que me trasladó a cualquier sábado del ‘Rastro’ de hace una treintena de años en aquel mismo lugar; objetos recogidos de la basura y alguna antigüedad a la venta. La realidad aparente es muy diferente. La localización del edificio mencionado corresponde a un centro oficial que alberga una escoleta municipal para niños del ajuntament de Palma, incluida dentro de la red complementaria de la Conselleria d’Educació i Cultura del Govern Balear. Como bien sabemos, hay otras escoletas de esa red autonómica subvencionada que —desafortunadamente— no permiten dejar los cochecitos infantiles en sus instalaciones, de modo que es muy fácil concluir que, esos medios de transporte objeto de la misma restricción «pro conciliadora», han sido «aparcados» en la calzada, con la grave salvedad, en este caso, de que el servicio es plenamente público.
Habrá también probablemente un elevado tanto por ciento de mujeres que, para poder ir a trabajar, habrán dejado sus bebés en el interior de la escoleta y los cochecitos en la calle. No conozco a ninguna de ellas, sin embargo, es fácil imaginar que les debe resultar imposible desarrollar sus labores profesionales cargadas con el carrito, viéndose obligadas a alojarlo junto al árbol. Muy improvisada no debe ser la situación, toda vez que alguno está asegurado con cadena de gruesos eslabones.
Viendo el espectáculo, sintiendo pena por ellas, me pregunto: ¿Quedan las madres a una hora determinada para colocar, atar y desatar los cochecitos? ¿Cómo se las apañan si el espacio está ocupado por bicicletas encadenadas? ¿Qué ocurre cuando llueve? ¿Queda algún elemento apetecible de ser sustraído a la vista? ¿Habrá restos alimenticios, sólidos o líquidos al sol, que se puedan descomponer? ¿Les alcanzará alguna salpicadura de orín, humano o animal? En caso de recogida anticipada —siempre hay un motivo— y hallarse el carrito en la parte central o asegurado con un tercero, ¿cómo lo soluciona la madre? ¿Habrá madres «antiecológicas» que usen el coche a gasolina como única alternativa? ¿Corresponderán los «transportadores arrojados» a madres con recursos nimios, y escasa posibilidad de protesta? ¿No hay posibilidad de alojarlos en la escoleta o los edificios municipales anexos? ¿Vigilarán los agentes de la comisaría cercana —que no ejerce como tal— esos bultos molestos para el sistema público educativo, cuando salen a fumar?
Mi especulación de Cuaresma presupone respuestas inconvenientes a todas mis dudas. Sigue alimentando mi imaginario, respecto de la aplicación de una auténtica perspectiva de género, materializada en una preocupación individual y personal sobre cada mujer cuando ello sea posible. Este aparcamiento palmesano, escaparate del desfavorecimiento de la conciliación y apoyo laboral, es una auténtica vergüenza. Si en mi deriva onírica me represento como víctima de esa situación a una madre monoparental «encorvada por tantas facilidades», o a una embarazada saltando sobre los carritos en busca del suyo exhibiendo su título de propiedad, ya me dan ganas de llorar. Aunque me dura poco, antes o después habrá alguien con poder que, loando la prioridad de la conciliación, nos obsequiará con cualquier comentario oficial al respecto de la corresponsabilidad que me hará «reír».
Ninguna escoleta infantil ni pública, complementaria o privada, debería tener licencia municipal de actividad, ni subvención alguna, si no tiene capacidad para albergar los cochecitos infantiles de los bebés. Tal vez no se lo hayan planteado, o quizás por no ser un titular electoral no interese, pero es un elemento necesario para mejorar la calidad de vida familiar en general, y como es habitual, de muchas madres en particular.