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Bernat Jofre

Subrogación: por un necesario sosiego

Sin entrar en controversia ni animadversión hacia algún colectivo en concreto, no puedo dejar de escribir unas líneas sobre la gestación subrogada.

De entrada, una afirmación: la maternidad subrogada ( MS ) no se da hoy en España. Pero se le aproxima mucho. De entrada, nos encontramos con la llamada fertilización in vitro (FIV). El procedimiento es sencillo: tras detectarse la infertilidad se decide a la incrustación en el útero de la cliente de dos óvulos previamente fertilizados en probeta. Con espermatozoides debidamente potenciados. Bien del candidato a padre, bien de un donante de esperma. Ahora bien —y aquí reside está el paralelismo con la MS— la criatura puede ser fruto de dos donantes anónimos. Gestada en el vientre de una tercera persona. La Seguridad Social cubre dicho tratamiento hasta los 40 años. Por la sanidad privada, la factura puede superar fácilmente los diez mil euros. Por ese precio se tienen derecho a dos y hasta tres implantaciones de óvulos fertilizados. Depende de los que hayan sobrevivido a las diferentes manipulaciones anteriores. Nadie cuestiona en España la utilidad ni practicidad de la FIV: con esta técnica muchas mujeres que no pueden ser madres llegan a serlo. Tengan la situación civil y sean de la inclinación sexual que deseen: casadas, solteras, heterosexuales, lesbianas… Hoy en día, nuestra sociedad no va a poner en duda el deseo de una mujer de ser madre. Si tiene dinero, claro: el mismo día que la paciente cumple cuarenta años, la Seguridad Social le envía un SMS comunicando su baja del programa de fertilización asistida. No es país para viejos… ni para hombres: por razones de género, la FIV no está al alcance del género masculino. Es una obviedad. Pero no por ello no debería ser motivo de reflexión: cabría pensar sobre si la situación es justa o no.

En segundo lugar, tenemos en nuestro país la adopción internacional y nacional. Nos centraremos en la internacional (AI a partir de ahora), regulada por las diferentes Comunidades Autónomas. Que a su vez delegan sus funciones en las llamadas Entidades Certificadas para la Adopción Internacional, ECAI. Organizaciones en teoría sin ánimo de lucro. Y se dice «en teoría». Puesto que adoptar en según qué países puede llegar a salir caro que un utilitario: dieciséis mil euros puede costar el bebé —normalmente los papás adoptivos prefieren criaturas de 0 a dos años— entre viajes, gestiones y «donativos» a orfelinatos. Que se pagan religiosamente: el deseo de ser padre —o madre— es mucho más fuerte que el raciocinio. No se piensa si se está engrasando un sistema perfectamente organizado. Diríase que rara y excelentemente organizado: pocos padres vuelven del Este de Europa con la impresión de que pueden haber sido copartícipes de una gran comedia. Escribía Ana Bernal Triviño en este mismo diario que «el principio universal desde el final de la esclavitud es que los seres humanos no se compran ni se venden». Quizás no tengan esa percepción en otros lares del Viejo Continente, África, y, muy especialmente, Centroamérica.

Es entonces cuando vamos a uno de los epicentros del trasunto: la identificación de la MS como un capricho de unos ricos para ser padres. Una metáfora del capital mal utilizado: hablamos de un montante entre 50.000,00 euros y 200.000,00 euros. Dependiendo si se elige Rumanía y Bulgaria o Estados Unidos. Se podría hablar largo y tendido sobre ello. Como único presupuesto para la legalidad de la MS se ha propuesto la inexistencia de intercambio económico entre partes. Sin pensar que nos movemos por dinero. Es curioso que esta iniciativa del regreso a la edad del trueque viene de quienes no se preguntan si es lícito desembolsar las cantidades ingentes que se mueven en la AI. Muy poca gente llega a leer entre líneas.

El otro gran debate sobre la MS es la presencia de presuntas mafias organizadas: «granjas de mujeres». Quizás la solución para su eliminación en origen fuese dar una salida económica a las teóricas explotadas. Como cerrar definitivamente la AI en la Unión Europea: quizás así las organizaciones nada caritativas que controlan algunos orfanatos lleguen a dejar el presunto comercio con inocentes. Como tampoco no hay quien se cerciore de si las presuntas madres biológicas de un niño adoptado no son tan desgraciadas —o más— que una gestante de alquiler. O —rizando el rizo— que una donante de óvulos para la FIV. La doble moral, siempre presente en el juicio humano.

La verdad, se necesita mucho más sosiego del que existe en estos momentos para hablar según qué temas. Y, por encima de todo, criterio. Esto es, objetividad e información. Juzgamos a los otros por su deseo de tener descendencia como «deseo», y nos creemos moralmente capacitados para opinar sobre los intereses de los demás si confrontan con nuestra manera de pensar. Y así nos va.

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