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Antonio Papell

La democracia resistente

Ilustración: La democracia resistente. Fernando Montecruz

El derrumbe del muro de Berlín y del sistema soviético no ha producido en absoluto «el fin de la historia», como predijo Fukuyama, pero tampoco ha deteriorado nuestro sistema demoliberal, que mantiene intacto su prestigio.

No podemos, sin embargo, cantar victoria a la vista de cómo ha discurrido el proceso de globalización, cargado de una serie de tensiones imprevisibles. Sin embargo, es manifiesta la tendencia espontánea de los códigos liberales al renacer y revitalizarse cuando parecía que su destino estaba comprometido. Los equilibrios mundiales se han desbaratado, como lo evidencia el estallido de una guerra brutal en el corazón de Europa. Pero nada indica que la civilización basada en la herencia de la Revolución Francesa y de la Constitución americana corra peligro, por lo que quienes habitamos en ella tenemos derecho a mostrar fundado optimismo.

Al margen de la guerra, con su brutal amenaza para todos, el fenómeno sin duda más peligroso de cuantos nos han acometido desde el comienzo del milenio ha sido la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, como colofón iconoclasta de una gravísima crisis económica que ha afectado a todos los países y ha mermado el bienestar de todos, incluso de las clases medias. El mandato de Trump se ha asemejado, por el estilo y por las ideas, a las dictaduras clásicas basadas en el culto a la personalidad, a la arbitrariedad y a la criminalización del adversario. Y si alguno pensase que esta descripción es exagerada, bastaría para convencerse la evocación a la toma del Congreso, instada por el propio Trump, cuando vio que había perdido las elecciones. Aquella arenga sediciosa está todavía por someterse a la Justicia, aunque hay ya docenas de detenidos. Muchos llegaron a pensar que, como los demás abusos de Trump, aquella algarada quedaría impune. Pero el camino no va en esta dirección, y quienes contemplamos las vacilaciones del sistema americano podemos respirar aliviados al constatar la sorprendente acusación al expresidente Donald Trump por parte de un gran jurado de Nueva York por cargos relacionados con el pago de un soborno para silenciar a la estrella de cine para adultos Stormy Daniels. Aunque el histrión ha tratado de quitar importancia a este humillante trámite procesal, gran parte de los americanos han arrinconado el velo que les impedía ver completamente la catadura del personaje.

La analista Terry Lynn Karl, de la Universidad de Stanford, llega a parecidas conclusiones en un artículo titulado La acusación a Trump es un buen augurio para la democracia. Pero esta articulista señala algo que pasó inadvertido: al mismo tiempo que Trump era acusado formalmente de diversos delitos, el mismo 28 de marzo un tribunal del Distrito de Columbia confirmaba la extradición del expresidente peruano Alejandro Toledo, quien fue arrestado hace cuatro años y se enfrenta a cargos por lavado de dinero y soborno relacionados con la empresa constructora brasileña Odebrecht.

Antes de que se concediera su extradición, muchos peruanos pensaron erróneamente que EE UU protegería a Toledo, quien había sido académico visitante en la Universidad de Stanford (su alma mater) y que había cultivado cuidadosamente a influyentes políticos. Ni que decir tiene que Stanford ha roto lazos con Toledo en cuanto se ha hecho pública la fundada sospecha de corrupción.

En ambos casos —viene a decir Terry Lynn— la justa aplicación de la ley fue fundamental. «Si bien los antecedentes, las personalidades y las identidades partidistas del combativo Trump y el menos conflictivo Toledo no podrían ser más diferentes, han adoptado tácticas similares para evitar el debido proceso. Ambos han afirmado ser víctimas de una ‘caza de brujas’ políticamente motivada y que sus respectivos sistemas de justicia han sido ‘programados’ contra ellos. Los partidarios de Trump han argumentado que su acusación muestra que EE UU es ahora una ‘república bananera’, mientras que Toledo afirmó que Perú ya no podría considerarse un sistema basado en elecciones». Simple palabrería.

La democracia, que también regresó hace poco a Brasil, se mantiene fuerte en el mundo pese a la virulencia de sus enemigos. Lo lastimoso es que la comunidad internacional no presione a las autocracias cruentas que causan severo dolor a sus ciudadanías. Corea del Norte, Irán, Cuba, Nicaragua o Venezuela, entre otros países, son reductos detestables que no deberíamos dejar pasar.

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