Es una extraña transformación la sufrida por los partidos ecologistas europeos, que han sustituido el verde de sus orígenes por el caqui militar.
Como explica Thierry Jaccaud, redactor jefe de la revista francesa L’Écologiste, la ecología como visión del mundo nació pacifista.
De hecho, uno de los grandes movimientos asociativos internacionales del ecologismo, fundado en 1971, se llama «Greenpeace», es decir «Paz verde».
El rechazo de la guerra y de la militarización de la sociedad, la repulsa del arma atómica, pero también de la industria nuclear para fines civiles, está en el origen del ecologismo.
Baste recordar su fuerte oposición a las pruebas nucleares en la Polinesia francesa, que fueron en un principio subterráneas, pero se desarrollaron más tarde en la atmósfera.
Además, como recuerda Jaccaud, en 1991, bajo la figura tutelar del ingeniero agrónomo, sociólogo y ecologista francés René Dumont, aquellos Verdes no dudaron en condenar la primera Guerra del Golfo.
Las cosas cambiarían unos años después cuando, liderados por Noël Mamère, Yves Cochet o Daniel Cohn-Bendit, o en el caso de sus correligionarios alemanes, por el ministro de Exteriores Joscha Fischer, defendieron los bombardeos sobre Yugoslavia.
Hoy, los Verdes alemanes, que forman parte del Gobierno de coalición que preside el socialdemócrata Olaf Scholz, abogan sin ningún complejo por seguir armando a Ucrania el tiempo que haga falta.
La propia ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, «halcón» donde los haya, llegó a afirmar durante una sesión del Consejo de Europa que los europeos «estamos en guerra con Rusia», lo que le supuso fuertes críticas entre los partidarios de seguir disimulando que es sólo una guerra entre Kiev y Moscú.
Pero también los Verdes franceses están por la labor de seguir entregando a Ucrania cuantas armas pida su Gobierno, ya sean carros de combate, misiles o cazas.
Así a la pregunta de si convenía entregar a Kiev aviones militares, Yannick Jadot, candidato de los Verdes a las presidenciales de 2022, respondió tajante que había que proporcionar a Ucrania el material «con el que hacer saltar por los aires las bases rusas».
¡Qué lejos quedan los tiempos en los que Solange Gernex, una de las fundadoras del Partido Verde francés y más tarde eurodiputada, mostraba su clara oposición a los bombardeos de Yugoslavia frente a la línea oficial de su partido!
Preguntado por la revista mensual La Décroissance, qué habría que hacer para intentar parar la actual guerra de Ucrania, Thierry Jaccaud responde que, antes de nada, dejar de considerar ese conflicto militar como «un combate entre el Bien y el Mal, entre la civilización y un nuevo Hitler», que es como parecen verlo los Verdes actuales.
Porque evidentemente si pensamos que el líder ruso es una reencarnación del dictador alemán, nada hay que negociar y la única solución es, para utilizar la expresión del ministro francés de Finanzas Bruno Le Maire, «la guerra total contra Putin». Pero, por más que nos disguste Putin, éste no es Hitler, no defiende, como en su día el Führer, una nueva teoría del «Lebensraum», del espacio vital que amenace a todo el continente ni sostiene que haya pueblos infrahumanos a los que eliminar.
Ni Rusia es tampoco, argumenta Jaccaud, la tremenda potencia militar que dicen algunos ya que en más de un año de guerra no ha podido conquistar siquiera todo el Donbass y ha pagado además por ello un «enorme precio humano y económico».
La Unión Europea, sostiene el director de L’Écologiste, debería hacer todo lo posible para facilitar un alto el fuego inmediato y la apertura de negociaciones.
Si no se llega a un compromiso, aunque éste suponga la renuncia al menos provisional por Kiev a una parte del territorio ilegalmente ocupado, si no se reconoce que se trata en el fondo de una «guerra por delegación» entre Rusia y EE UU, existe el riesgo de guerra total. Y ¿es eso lo que más nos conviene a los europeos?
