Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Rahola

Un yogur por la cabeza

La indiferencia ante actos de misoginia como los cometidos en Irán es un puñal de doble filo porque la que normalizamos a miles de kilómetros no nos permite detectar la que tenemos cerca

Dos mujeres entran a comprar en una tienda de Irán. Un hombre se les acerca y, al ver sus cabellos, las humilla, insulta y les tira un yogur por la cabeza. El tendero echa al agresor y defiende a las mujeres. Conocido el caso, las autoridades del país detienen a las chicas por no ir tapadas y castigan al tendero por haberlas defendido y por permitir que entraran en el local sin hiyab. De eso hace dos días y no parece que nos mueva otro sentimiento que el de la indiferencia, porque no es noticia que en Irán, o tantos otros países miembros de la ONU, se pueda escarnecer y castigar a las mujeres por su condición de género. Hemos normalizado tanto la existencia de un machismo institucional y legal que no lo consideramos ajeno a la lógica de nuestro tiempo.

Y, sin embargo, ¿cuál sería nuestra reacción si la escena fuera la misma, pero cambiando el factor género por el factor racial? Hagamos la prueba. Imaginemos a dos hombres de color que entran en la misma tienda sin esconder su condición de negros y, justamente por este insulto al pudor, un hombre les echa un yogur por la cabeza, y las autoridades actúan contra los agredidos y contra el tendero que les ha ayudado. En un caso así, es seguro que la opinión pública se escandalizaría, los gabinetes políticos harían declaraciones indignadas, los organismos internacionales activarían mecanismos de denuncia y una larga retahíla de artistas mostraría su solidaridad.

Todo esto ocurriría si las leyes de cualquier país consideraran la condición racial como un motivo de implacable persecución y cruda represión. Pero este es un símil absurdo porque, superada la ignominia de la Sudáfrica racista, ningún miembro de la ONU se atreve a limitar los derechos de una persona por el color de su piel, y mucho menos reprimirlo y castigarlo por su condición racial. A trancas y barrancas, y después de mucho dolor, el mundo ha sido capaz de erradicar el racismo de las leyes nacionales y, si bien el racismo sigue existiendo en todas sus formas, el estómago del mundo ya no lo digiere de forma institucional.

Por eso Nelson Mandela es uno de los grandes héroes del siglo XX, y por eso mismo la hipótesis es, a día de hoy, inimaginable.

Sin embargo, si no se trata de raza, sino de género, todas las hipótesis son posibles, incluyendo las que contemplan situaciones de extrema violencia. La misoginia no solo está en el espíritu constitucional de decenas de países, sino que conforma el cuerpo central de sus leyes, especialmente centrado en aquellos países que aplican la sharia islámica. Se trata de un machismo primitivo que causa un dolor extremo a millones de mujeres que, sin embargo, viven su represión en absoluta soledad, porque este tema no interesa a la ONU, ni a los países democráticos, ni a la opinión pública, ni a las organizaciones solidarias, ni a las celebrities, ni al mundo intelectual... no interesa a nadie. El ejemplo más reciente ha sido el de la revuelta de las mujeres de Irán, tan brutalmente reprimidas -no se sabe el número de muertes por la represión, pero se cuenta por cientos- como globalmente ignoradas. Y como ellas, tantas otras mujeres musulmanas de extraordinaria valentía que mantienen su lucha en medio de la indiferencia del mundo.

Es una normalización del machismo más atroz que a menudo nos parece ajeno a nuestras vidas, porque está institucionalizado en países lejanos. Pero la indiferencia es un puñal de doble filo porque la misoginia que normalizamos a miles de kilómetros no nos permite detectar la que tenemos cerca de casa. ¿Cuándo hablaremos claro de este tema? ¿Cuándo hablaremos de las niñas -a menudo muy pequeñas- que se pasean con hiyabs extremos por nuestras calles? Las hemos visto mil veces, pero no parece que queramos verlas. Y de los imanes, ¿cuándo hablaremos de los imanes salafistas que, emboscados en determinadas mezquitas, imponen la segregación de las mujeres? ¿Cuándo de la presión ambiental que se vive en determinados barrios de nuestro país para imponer los criterios machistas sobre las chicas de la comunidad? La misoginia es una maldad tan violenta como el racismo, pero a diferencia de este, se impone con diurnidad e impunidad. En algún momento deberemos luchar seriamente contra esta lacra letal. Primero por solidaridad con el dolor de otras mujeres. Y segundo, por autodefensa.

Compartir el artículo

stats