Pueden apostar a que no habrá resolución judicial a la misteriosa desaparición de las obras artísticas cedidas por creadores comprometidos a la Universitat, bajo el lema «Sa Canova contra Ravena», dicho sea de paso que Raven significa cuervo en el idioma de Shakespeare y Trump. En el capítulo desvelado ayer por el primer rector que se atreve a denunciar el escandaloso extravío, los originales de los coetáneos Barceló, Sicilia, Mariscal y Broto nunca ingresaron en el patrimonio de la UIB. Todo ello pese a la certeza indubitable de la donación, y a un precio conjunto medible en muchos miles de euros.
La casa de subastas que retiró el barceló, y la propietaria con toda probabilidad engañada sobre la trazabilidad de la obra, se han mostrado más sensibles hacia el patrimonio artístico de la UIB que los sucesivos rectorados transcurridos desde 1988, con el agravante de que la Universitat es una institución pública que administra bienes de los ciudadanos. Es superfluo expandirse en las dudas tenebrosas que la desaparición induce sobre el funcionamiento de las entrañas universitarias.
Retomando el escamoteo que ninguna institución se animará a iluminar, cabe empezar por una verdad de Pero Grullo. Los originales de Sicilia, Broto y Mariscal están en alguna parte. Dado el reconocimiento público de los artistas citados, solo un periodista de este diario se atrevería a arrojar a la papelera una de sus obras, y eso solo ocurrió por inconsciencia navideña. Por tanto, los cuadros con el inconfundible eslogan «Sa Canova contra Ravena» que resuena como un INRI pascual, colgaban hasta ayer mismo en dignísimas paredes, al igual que ocurría con el barceló localizado. Y seguro que un amigo inquisitivo se ha dirigido a los beneficiarios con un curioso «¿No me enseñaste tú un original de...?» Huelga consultar a un guionista de Hollywood, para concluir que alguien está quemando hoy cuadros harto comprometedores.
