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Juan Rigo

Desde París

Juan Rigo

Viernes negro

Y no me refiero a la crisis del Deutsche Bank que puede provocar, efecto dominó, una nueva crisis financiera similar o peor al de las sub primes del 2008, pero no entraremos en este peliagudo asunto. No, el viernes negro nos remite al color del asfalto y de muchas fachadas parisinas, amén de la magnífica puerta, bien catalogado, de la alcaldía de Burdeos que ardió la pasada noche con la ayuda, el detonante, de las basuras acumuladas en las calles de París y de otros importantes núcleos urbanos del hexágono.

La situación es alarmante, un clima de crispación que tristemente recuerda demasiado a los episodios vividos hace unos años cuando la tempestuosa, y espontánea – eso dicen, insisten, los medias – de los chalecos amarillos. La violencia en las calles francesas no es novedad, pero en esta ocasión no se vislumbra ninguna mejoría en el horizonte. En el diálogo de sordos entre el gobierno y los sindicatos por el tema de las pensiones, con el acento puesto en la edad de jubilación, las posturas están tan enrocadas que hacen imposible una salida negociada. Lo peor, es que en este momento se negocia en la calle, las manifestaciones y los paros, huelgas discontinuas en diversos sectores, se suceden semanalmente y la intervención, televisada, del Presidente, el miércoles 22, no hizo sino «echar aceite sobre las llamas», en palabras de los representantes sindicales y de la oposición parlamentaria. Aunque hablar de oposición parlamentaria es un decir ya que el Congreso, la Asamblea de los Diputados francesa, hace tiempo que se parece mucho a un gallinero, y la crispación de los escaños se contagia a la calle.

Digamos que la semana empezó ya mal, cuando se frustraron las dos mociones de censura – casi en dúplex con el esperpento de Vox/Tamames en el ruedo ibérico- pero me veo en la obligación de puntualizar - ojo al dato, como diría JM Garcia- que por primera vez el famoso «cordón sanitario» que hasta ahora dejaba aislada a las fuerzas/partido de la extrema derecha, el Rassemblement National de Marine Le Pen saltó por los aires. Cuando el diputado Charles de Courson, (teóricamente centrista pero con un currículo particular: a favor del restablecimiento de la pena de muerte y descaradamente antiaborto), al frente de una desconocida hasta ahora, coalición centrista/regionalista de la LIOT presentó la moción de censura, todas las fuerzas de la oposición, de la extrema izquierda/insumisos hasta la extrema derecha votaron juntos en un intento de hacer caer al Gobierno. La Moción no prosperó, se ahogó en la orilla a falta tan solo de 9 votos, gracias a que la derecha moderada, LR, los Republicanos (el que fuera gran partido de la derecha con Chirac primero y Sarkozy más tarde) venidos a menos, interpretaron el rol de Poncio Pilatos y optaron por la abstención, al menos oficialmente, pese al voto favorable de numerosos disidentes rebeldes al dictado del jefe Eric Ciotti. La segunda moción, promovida por los Lepenistas, fue anecdótica y no obtuvo el voto unido del resto de la oposición. Pero insisto, por primera vez se dio la improbable alianza entre fuerzas diametralmente opuestas con el objetivo de provocar la caída del Gobierno y dejar a Macron en entredicho.

Malos tiempos para la lírica, ya que ante la fracasada moción, la protesta ha pasado de la Asamblea a la calle con una radicalización extrema. Tal que hasta ha provocado la anulación de la visita del soberano inglés, Carlos III, que ante el desolador e incendiario panorama ha decido posponer sine die su primer viaje oficial a Francia. Una visita que incluía, entre los diversos actos protocolarios, una cena de gala en Versalles, que vista la situación actual podría entenderse como una provocación de reminiscencias revolucionarias: La Corte en palacio y el pueblo en la calle.

A todo esto, el inefable, inconsciente o irresponsable Mélenchon sigue calentando el ambiente, agitando la revuelta y soñando con un nuevo mayo del 68.

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