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Carles Francino

Sombras y silencios

Si fuese mujer y tuviera que elegir nombres de guerra, Atilana y Garibalda serían dos buenas opciones. Así se llaman las protagonistas de La sombra de la tierra, el debut literario de la actriz Elvira Mínguez, donde ambas libran una guerra sin cuartel por el poder, y además en el peor escenario para una confrontación civil, que es el de los vecinos. Aquel dicho de pueblo pequeño, infierno grande se queda corto ante el despliegue de odio, rencor, traiciones, miseria y venganzas que se suceden en las páginas del libro.

Escrito con la sobriedad y la contundencia que empapan el trabajo actoral de su autora -siempre he pensado que es nuestra Ana Magnani-, La sombra de la tierra oficia como una galería de la maldad humana, desmontando, entre otros, el tópico de que los padres siempre quieren bien a sus hijos. Y lo hace a caballo de uno de los grandes tabús de nuestra sociedad: los abusos sexuales infantiles en el seno de la familia. Ya lo descubrirán los lectores, pero el combustible que alimenta la mala sangre de estas dos mujeres nace precisamente en ese cenagal. Y es muy fuerte pensarlo, pero si ahora mismo resulta que ocho de cada 10 agresiones sexuales a menores las cometen personas -casi siempre, hombres- vinculadas al ámbito familiar, ¿cómo es posible que no estemos a diario clamando al cielo en busca de soluciones? Y quien dice al cielo, dice a instituciones y a toda la sociedad que asiste a este drama disimulando, hipócrita, tratando de cerrar los ojos ante una realidad que le incomoda profundamente.

Nunca olvidaré una entrevista hace tiempo en la radio, en la que una chica andaluza me explicó los abusos cometidos por un tío suyo durante varios años y cómo la echaron de casa cuando lo denunció. «Te has cargado a la familia», esa fue la sentencia que le cayó encima. Espero que después la vida le haya sonreído y que nosotros algún día nos desembaracemos del absurdo pudor que a ella la dejó desprotegida. Dijo Elvira Mínguez hace poco: «Escribo para romper los silencios». A mí a veces me entran ganas de romper también otras cosas.

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