Como ha recordado recientemente el obispo de esta diócesis, en las elecciones, los cristianos tenemos legítimamente diferentes opciones de voto, pues ningún partido político ni ningún programa electoral pueden recoger en su totalidad el exigente mensaje evangélico de Jesús. Sin embargo, todos los católicos mayores de edad tenemos la obligación moral de conocer —al menos sumariamente— las diversas ofertas políticas que se presentan a los ciudadanos. Y, entre las variadas opciones, es evidente que unas están más cerca a las exigencias bíblicas que otras, debiendo los cristianos optar por aquellas y rechazar estas últimas.

Las formaciones políticas que apuestan decididamente (no solo de palabra) por los débiles, por los pequeños, por los indefensos, por los pobres, por los inmigrantes, por los que no tienen voz, por los olvidados y proponen, en consecuencia, compartir fraternalmente los bienes están, sin duda, más cerca del mensaje del Maestro de Nazaret. Por el contrario, los partidos que defienden (aunque no lo expresen abiertamente en sus programas) los intereses de los poderosos, de los fuertes, de los ricos, de los autosuficientes y favorecen, en la práctica, la acumulación de bienes de unos pocos están, claramente, más alejados del evangelio de Jesús y de los profetas del Antiguo Testamento, que alzaron su voz para expresar de forma alta y clara un grito exigente de justicia. Una justicia que chocaba a menudo con los intereses de los poderosos de su época, que de un modo u otro los intentaban —y, a menudo, conseguían— callar.

Las citas bíblicas que avalan mis anteriores afirmaciones podrían multiplicarse. Solo para que quede constancia, recordaré algunas de las que me parecen especialmente inspiradas:

El Reino de Dios es:

  • «Hacer justicia cada mañana y salvar al oprimido de la mano del opresor» (Jeremías, 21, 11).
  • «Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, … partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne» (Isaías, 58, 6-7).
  • «Hacer justicia al huérfano, al vejado, para que cese la tiranía del hombre salido de la tierra» (Salmo 68,7).
  • «Librar al débil del más fuerte, al pobre de su expoliador” (Salmo 35, 10).
  • «Dar a los desvalidos el cobijo de una casa» (Salmo 68,7).
  • «Colmar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos vacíos» (Lucas, 1, 53).
  • «Amar al único Señor, tu Dios, con todo el corazón y amar al prójimo como a ti mismo» (Marcos, 12, 28).
  • «No ser egoísta; no alegrarse de la injusticia» (1 Corintios, 13, 5-6).
  • «No acumular riquezas (privadas) para sí» (Santiago, 5,3; Lucas 12, 21).

Por tanto, cuando llegue el día de depositar el voto en las urnas (que para los católicos es un deber moral, salvo que exista causa muy relevante que justifique la abstención), los creyentes deberemos votar «en conciencia», que no siempre y necesariamente significa votar atendiendo a nuestra personal «conveniencia». Hay personas que identifican conciencia con conveniencia y, cuando llegan las elecciones, se ponen la mano en la cartera para decidir su voto. Otros prefieren separar ambos conceptos y ponerse la mano en el corazón.