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Matías Vallés

Tamames contará sus batallistas

La degradación de la democracia española postulada por Vox queda ejemplificada en la factura del discurso que el vanidoso candidato de la ultraderecha pretende leer ante el Congreso

La degradación de la democracia española, postulada por Vox con marcial energía, se mide principalmente por la factura del discurso que el candidato a presidente de la ultraderecha moderada pretende leer ante el Congreso. De acuerdo con la versión que el orador se ha encargado de difundir, Ramón Tamames contará sus batallitas en un texto tan dilatado como insoportable, pletórico de la erudipausia que criticaba Camilo José Cela. El partido que promociona al aspirante, Sánchez, González o Aznar solo figurarán de comparsas.

En efecto, Tamames se considera el protagonista principal y casi único de la España contemporánea, en su discurso de autobombo propio de la versión castiza de LinkedIn. Empieza por recordar que lo encarceló «el Régimen de la Dictadura de Franco», para divorciarse así definitivamente de Vox, que desea un billete de vuelta en helicóptero del Generalitísimo al Valle de los Caídos. Y en lugar de distanciarse del comunismo ante sus patrocinadores antimarxistas, se encabrita en que «el PCE era un verdadero partido de lucha, que desde 1956 estuvo por la plena reconciliación». Por tanto, y siempre según el candidato contratado por la ultraderecha moderada, el heredero de Santiago Carrillo es Santiago Abascal. La doble invocación patronímica al apóstol no podía quedarse en el terreno de la casualidad.

Tamames anima en su discurso la presunción de que decidió que fuera Vox quien le presentara a presidente, frente a la evidencia en sentido contrario. Su subsidiariedad respecto del partido de la ultraderecha cómica le obligaría a colocarse por debajo de una entidad, por nebulosa que fuera, una hipótesis intolerable para el supremo candidato. De hecho, la luminosidad impagable de su perorata demuestra que no le sorprendería que los 350 diputados acabaran por votar en pleno a favor de su investidura, arrebolados ante capítulos como «Cuidemos más de nuestros bosques», «Vivencias de un compromiso histórico» o «Gibraltar». No, en la versión divulgada no se atribuye la reconquista de Perejil.

A tenor de su dilatada longitud, se sabe que el discurso del candidato impagable comienza el martes, pero nadie puede garantizar que no se propague hasta el miércoles. El meollo del pronunciamiento se expresa desde luego en primera persona. «Quiero rendir un último tributo a mi país, a España». Sorprende el impulso de detallar la españolidad de su empresa, como si alguien pudiera confundirse y pensar que comparece ante el regocijado Congreso en nombre de Bélgica.

Ante la presumible falta de entusiasmo en la cámara, Tamames presume de que le votarán hasta los muertos, porque «yo siento el apoyo de generaciones de españoles». Pronto se desentiende de esta multitud enfervorecida, para certificar que ha venido a la sede de la soberanía popular a hablar de su libro, la Estructura Económica de España que regaló a Sánchez y de la que detalla el número de ediciones. Son 26, y añade que otro tomo impagable lleva 22. En la obsesión numérica, que extiende a su edad, solo le falta reseñar el número que calza.

La irrisión se queda corta para describir el popurrí de géneros zarzueleros que ha arrojado Tamames a su olla. El resultado se asemeja a los sainetes que autores como Alfonso Paso utilizaban para mofarse de la «democracia inorgánica», satanizada por la «Dictadura» que evoca el catedrático, y por cierto que no se olvida de restregarle su cátedra a España entera. El tono humorístico general es más notable que los errores, tal que atribuir al actual Gobierno el asesinato de Montesquieu, aunque el parte de defunción se ha atribuido con anterioridad a Alfonso Guerra, por citar a otro político de porte ideal para defender una moción de censura contra o contra cualquier otro izquierdista peligroso. De hecho, el antaño descamisado presume hoy de «socialismo liberal».

Es ridículo recordarle a Tamames que el fiscal general de Estados Unidos es nombrado por el presidente, y que responde además en calidad de ministro de Justicia, como mínimo con la misma sospecha de parcialidad que en España. De hecho, el tantas veces catedrático se hunde en un vicio acentuado de los patriotas, denunciar la leyenda negra mientras se pone siempre al extranjero como ejemplo a seguir.

Se replicará que el discurso de Tamames no está pronunciado, y que solo constará históricamente la versión leída el martes desde algún lugar indeterminado del Congreso. Este argumento pesa irrefutable para los estómagos dispuestos a tolerar dos discursos de su eminencia en una semana. Si se enfrenta a una persona a dos huevos, y el primero de ellos está podrido, implicaría sadismo obligarle a catar el segundo para mejorar la potencia de la verificación.

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