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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Desigualdades

El ministerio de Igualdad lanzó la pasada semana una iniciativa de publicidad institucional en medios de prensa escrita y vídeo en redes sociales. Toda una página recibida con alborozo por los medios mostraba la imagen de una pareja mujer-hombre en actitud de inicio de una relación sexual, con la leyenda: «ahora que ya nos veis, hablemos de feminismo». La mujer, provista de collar ajustado, sujetador claro, bragas oscuras y tatuaje en el muslo, mira directamente al lector. El hombre, joven y delgado, casi escuchimizado, en escorzo, fija su mirada, arrobado, en ella. La mujer, joven y de proporciones generosas, descansa su brazo derecho sobre el hombro de su pareja en clara posición de dominio mientras parece que, parafraseando al cardenal Cisneros, musitara «éstos son mis poderes». En el vídeo, la performance se desarrolla con la mujer dirigiendo; el hombre desaparece debajo de ella, como si estuviera siendo devorado bocado a bocado, tal que una araña hembra a un macho. La leyenda, que surge de la mujer no se aviene con el retozo del vídeo que muestra que no es momento de hablar sino de actuar. La protagonista, que, no sé si por casualidad o con toda intención, recuerda a la secretaria de Estado del ministerio, a la muy famosa Pam, prescribe que ése es el momento de hablar de feminismo.

El feminismo es el movimiento histórico de las mujeres en la lucha por conseguir la igualdad de derechos con los hombres. Al menos así era concebido por las sufragistas anglosajonas exigiendo el derecho al voto. Su lucha por la igualdad se inscribía en el seno de la lucha por la libertad. A favor del derecho al voto no siempre las acompañó la izquierda. Clara Campoamor, que militaba en el Partido Radical, siguiendo la estela de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, defendió en 1931 el voto femenino mientras Margarita Nelken, que militó en el Radical Socialista, votó en contra. El resultado de la votación fue: 161 votos favorables, 121 en contra y 188 abstenciones. A favor estaban, además del Partido Radical de Lerroux, la derecha liberal de Alcalá Zamora. En contra, el Partido Radical Socialista y Acción Republicana. 84 socialistas votaron a favor, mientras 26 no acudieron o no votaron. Julián Besteiro, que presidía la votación, no votó, como tampoco lo hizo Indalecio Prieto, que definió el resultado como «una puñalada trapera a la República». Temían el voto inducido por la Iglesia.

La publicidad del ministerio exhorta, a propósito del sexo, a hablar de feminismo; la inversa es el empeño del ministerio: hablar de sexo. Las feministas ministeriales están obsesionadas por el sexo, reducen el feminismo a sus pretensiones sexuales. Que Pam se declare escandalizada porque el 75% de las chicas prefiera la penetración a la autoestimulación avala la obsesión. Es llamativo que la publicidad de Igualdad se exprese mediante la desigualdad corporal. Una explicación puede situarse más en la reivindicación del propio cuerpo frente a una supuesta dictadura estética masculina que en una de la propia Pam. Los pálidos labios de la modelo, sin el «rouge» de Pam, me remiten a unos versos de Gottfried Benn: «has amado demasiadas mentiras, / has creído demasiadas palabras / que sólo venían de la curvatura de los labios / y a tu propio corazón / tan versátil, sin fondo y momentáneo- / has amado demasiadas mentiras, / has buscado demasiados labios / (‘quítate el rouge de tu boca, / dámela pálida’) / y de preguntas cada vez más-». Pero la vindicación del propio cuerpo no puede significar sin más, la rebelión contra esa supuesta dictadura estética que multitud de mujeres se empeñan en asumir; no se puede romper un estigma convirtiéndolo en realidad gozosa. El sobrepeso, tan extendido en occidente y en España, significa riesgo de diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer. Hay que atinar con los mensajes.

Las orientaciones del ministerio de Igualdad no transitan por el feminismo sino por el arbitrismo sexual. Desde siempre se ha distinguido entre lo público y lo privado y en la vida privada se han ubicado las relaciones sexuales consentidas puesto que las que no lo son quedan encuadradas en el dominio de lo público. Ha sido siempre respetado en una democracia lo privado, como garantiza el artículo 18 de la Constitución: la intimidad personal y familiar. En materia de gustos personales no hay disputa; por eso sobran las prescripciones del poder del Estado sobre las intimidades de hombres y mujeres, en las que se aprecia una voluntad de separar a la mujer del hombre. Es la intromisión del Estado en la esfera privada, a resultas de las ideologías identitarias woke, que se extienden incluso a los animales, lo que configura una pulsión reglamentista y totalitaria que se expande a todas las esferas sociales coartando las libertades. Se llega al absurdo de que es más sencillo procrear un humano que adoptar un perro. Ni los animales tienen derechos ni existe el derecho al aborto, como demuestra el hecho de que la mujer no pueda abortar después de 14 semanas de embarazo; simplemente está despenalizado ese recurso extremo. El feto tiene toda la potencialidad humana desde el primer momento de su existencia, a los pocos días como a los nueve meses. El mayor o menor desarrollo de su sistema nervioso no altera esa potencialidad. El hecho de su regulación legal (de la que soy partidario) no puede confundirse con la irrelevancia moral con la que se banaliza el sexo y se pretende anestesiar una decisión dolorosamente trágica con la que hay que vivir.

El desvarío menádico de las feministas radicales de Igualdad precisan de un Eurípides español del siglo XXI, a poder ser con la misma mirada hilarante, que retrate a esas nuevas Bacantes adoradoras y Ménades servidoras de su macho alfa, un Dionisio o Baco de mentirijillas con el que se embriagan y dan rienda suelta a la Inundación castálida (de la que hablaba Sor Juana Inés de la Cruz) por medio del Satysfyer, bautizado por esas analfabetas licenciadas en filosofía como máquina para matar fascistas, un plagio adicional de la guitarra de Woody Guthrie. Así, así, en pleno frenesí extático deploraban que la madre de Abascal no abortara.

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