Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Valentí Puig

Desperfectos

Valentí Puig

Esa década de los veinte

Ni tan siquiera hemos cruzado el ecuador de los años veinte y ya querríamos tener definido el siglo XXI. Es como memorizar el reguetón y luego pretender la ilusión de Mozart. Entramos en 2023 sobrecargados de motivos oscuros, de nubarrones de premonición y culpa como paneles en la escenografía de una década con pandemia, Putin, Brexit, el transhumanismo, Trump y el imperio chino en expansión. En los años veinte del siglo pasado, el mundo salía de una guerra y casi a punto de comenzar otra, estalló el crack del 29, nuevos tratados de paz llevaron a la otra guerra. Hace un siglo quedó fundado el partido comunista chino y así hasta ahora, pasando por la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, Osama bin Laden, los Beatles y el gintónic sin alcohol. Por suerte, Coco Chanel se impuso.

Ahora, con internet, los ayatolás, incógnitas climáticas y iPhone, la quiebra de un banco para startups hace temblar la bolsa como un castillo de naipes. Asoman nuevos desencantos que pronto se harán viejos, deudas públicas que hipotecan las generaciones emergentes. Al Cándido de Voltaire le enseñaron que vivía en el mejor de los mundos posibles pero tuvo que contrastarlo con la Guerra de los Siete Años y el terremoto de Lisboa en 1755. A los indígenas de la nueva década nos ha hecho falta el ovillo liadísimo de muchas crisis sucesivas para comprender que en el siglo XXI no iba a caer el maná del cielo y que endeudarse nunca sale gratis. Eso comporta formas de irritación colectiva y pánico sin líderes. En poco tiempo hemos pasado de los inconvenientes por un exceso de regulación a los contraefectos de las desregulaciones: siempre hay que reequilibrar Estado y mercado, naciones y orden global.

Tenía que ser un niño prodigio del mitterrandismo, como Jacques Attali, quien ya en 1998 escribiera un Diccionario del siglo XXI. A veces acusado de plagio, Attali corrió con el riesgo del vaticinio desacertado. De hecho, había dicho que el colapso norteamericano vendría después del ruso. Antes de la botadura del XXI aventuró que, con el tiempo, Singapur sería el primer puerto del mundo y México DF una ciudad evacuada por culpa de la contaminación, con Japón como gran perdedor. Según adelantó, en pleno siglo XXI moriríamos de estrés y la palabra del Dalai Lama sería ley. Con lo que va de siglo tal vez acertaba al imaginar a 3.000 millones de adolecranes -adolescentes fundidos con la pantalla-, más formados para circular por redes virtuales. Después de una fase de narcisismo, vendría una nueva fraternidad.

Siempre queda el falso consuelo de ponerse apocalípticos o reconocer que vivimos en un mundo imperfecto, finito, hostil y territorial. ¿Qué otro sistema hay que sea practicable y haya sido verificado por el sistema de prueba y error? Es un sistema que lleva décadas, siglos, asimilando sus propios errores. Es errar y corregir. Lo que distingue un régimen autocrático de uno liberal es que equilibra el poder del Estado con las instituciones que lo limitan: es decir, el imperio de la ley, esa obra maestra de la acción humana. Prevaleció incluso en el siglo XX. Ahora vemos pasar otros años veinte. Habrá que alquilar un palco.

Compartir el artículo

stats