Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

LAS CUENTAS DE LA VIDA

Daniel Capó

Diez años de Francisco

Hace diez años, cuando eligieron Papa a Jorge Mario Bergoglio y vimos por primera vez su imagen, casi atónita, asomándose a la Plaza de San Pedro, escribí unas letras en este periódico donde citaba largamente una idea de Chesterton: «Jesucristo fundó la Iglesia sobre Pedro, no porque el primer papa fuera el mejor de los apóstoles ni el más inteligente ni el más santo, sino sencillamente porque era un hombre normal, con su zurrón repleto de errores, culpas, pecados y también aciertos». Me parecía lógico empezar así la reseña biográfica de un pontífice del que sabíamos poco, aunque muy pronto empezaríamos a descubrir su complejidad. No era exactamente un centrista, tal como sugería yo entonces y como señalaban los pocos esbozos de su personalidad con los que contábamos y que había publicado algún que otro vaticanista durante el cónclave, sino alguien más avanzado ideológicamente. Al poco tiempo, desde la Argentina empezaron a llegar informaciones contradictorias sobre él: algunas inquietantes, como las graves acusaciones que vertió el periodista argentino Horacio Verbitsky sobre la supuesta complicidad de Bergoglio con la última dictadura argentina; otras, en cambio, nítidamente mitificadoras. Sobre él se ha dicho que había sido el protegido del cardenal Martini en el cónclave anterior (y, por tanto, el candidato del ala progresista de la Iglesia) y también se ha asegurado todo lo contrario: que Martini y los jesuitas no se fiaban de él. Que su relación con la Compañía fue tensa durante años es algo que no ha negado su biógrafo oficial, Austen Ivereigh, en un magnífico (y temprano) libro, The Great Reformer, que ya dejaba ver algunos puntos ciegos en la personalidad del nuevo papa y acertaba a trazar su agenda renovadora. Pero, aun así, las dudas se mantenían. ¿Se trata de un reformador en la línea del Concilio Vaticano II –como sugería Ivereigh– o de un conservador populista a la manera del peronismo? ¿Admiraba secretamente la Teología de la Liberación o la había perseguido en sus años de provincial de los jesuitas en Argentina? ¿Qué pensaba, en realidad, sobre el poder? ¿Y sobre la Iglesia?

Diez años después sabemos mucho más, pero el enigma Bergoglio –ahora papa Francisco– sigue en pie. Convertido en figura global de un modo que recuerda a Juan Pablo II, su influencia sobre el catolicismo parece mirar hacia el futuro más que hacia el presente inmediato. Desprovisto de un gran discurso teológico propio, Francisco inicia dinámicas que no sabe –o no quiere– cerrar, dejando continuamente puertas entreabiertas (o entrecerradas, según se prefiera). Para algunos, va demasiado lento –esa parece ser la opinión del Sínodo alemán– y para otros el ritmo de sus reformas resulta exageradamente acelerado. Los tradicionalistas lo critican por su actitud autoritaria hacia la misa en latín, mientras que desde el feminismo le censuran que no haya aprobado el sacerdocio femenino (o, al menos, en primera instancia, el diaconado femenino). Para unos, su selección de cardenales resulta caótica e impredecible; para otros –entre los que me cuento–, el nuevo colegio cardenalicio constituirá su legado más perdurable. Porque, cuando llegue el final de su pontificado (previsiblemente dentro de unos años), lo que permanecerán no serán sus declaraciones, ni sus reformas de mayor o menor calado, ni sus contradicciones, ni sus gestos, sino la profunda transformación –en número y en procedencia geográfica– que ha vivido en estos años el colegio cardenalicio, del cual saldrá su sucesor.

Compartir el artículo

stats