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Javier Cuervo

Artículos de Broma

Javier Cuervo

Manolo y la alarma social

Cuando Manuel Manzano apareció por las aulas de Filosofía y Letras a mediados de los años setenta fue acogido como cabía esperar de una facultad en la que hervían todos los ismos de izquierda. No llegaba a la edad de ser universitario, pero la rondaba. Hubo intentos discontinuos de alfabetizarlo, fumó de gorra, fue invitado a tortilla en la cafetería y las chicas le toleraban —con reservas— que le diera por besarlas, buscando siempre el límite de lo que podía conseguir de los demás. Ese fue el inicio de una carrera pública por Oviedo que en los tiempos de la transición le llevaría a la heroína, le descubriría como homosexual y le haría entrar en la cárcel por delitos de poca consideración y, alguna vez, por amor a un preso.

Dejó estampas trágicas (con un ensangrentado delantal de carnicero clamó contra las palizas policiales), costumbristas (duchado para mendigar en la entrada de la ópera), cómicas (vocear «concejala, concejala» a toda trabajadora del ayuntamiento), y patéticas (su degradación física al final de una vida sin cuidados, con palizas y accidentes) cuando ya toda la ciudad conocía a Manolo «el gitano».

En los años conflictivos de la Universidad, desde el tardofranquismo al felipismo, cuando los rectores decidían si la policía entraba o no en el espacio universitario y los estudiantes escapaban por las ventanas de la planta baja de las cargas policiales, Manolo desarrolló una habilidad que usaba para su disfrute: imitaba perfectamente el ulular de las sirenas de las furgonetas policiales y, escondido detrás de una columna centenaria, desconvocaba asambleas y provocaba desbandadas.

-¡Manolo, cabrón!

Cada vez que oigo hablar de que hay leyes afectadas por «la alarma social» me acuerdo de la imitación de la sirena de Manolo, el gitano, y pienso que quien la simula y la invoca está haciendo una cabronada política. Manolo tomaba la tiza, hacía unos garabatos y decía desde la tarima:

–Aquí pone «¡Viva la revolución!»

No aprendió a escribir, pero a algunos nos enseñó a desconfiar de las falsas alarmas.

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