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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Traición y vergüenza

Con el Gobierno más progresista y feminista de la historia mundial estamos viendo cosas extraordinarias, como que la secretaria de Estado de Igualdad, la insoslayable Ángela Rodríguez, Pam, asegure, con justificadísimo orgullo, después de milenios de subordinación de las mujeres al placer de los hombres, que ahora, por primera vez, con Unidas Podemos en Igualdad, se reivindica el placer para las mujeres, secuestrado por los hombres en su estricto beneficio. Qué desmesura, qué incultura, qué adanismo, qué narcisismo. Sus odas militantes a la autoestimulación y al desprecio a la coyunda con varones la llevan al extremo de considerar escandaloso que un 75% de las chicas españolas prefieran tener sexo con penetración a masturbarse. Esta aberración sólo podría explicarse por la ideología machista imperante que priva a las mujeres del acceso placentero a su propio cuerpo. No habrá pues tarea más urgente que la demolición de esta superestructura patriarcal. A ella dedicarán todos sus esfuerzos, a conseguir mediante la aprobada ley Trans que su ideología de autodeterminación de género se imponga a la realidad de la biología (una variante de la cultura masculina), aunque sea a costa de irreversibles mutilaciones en adolescentes en proceso de maduración.

El martes en el Congreso se escenificó el enfrentamiento más sangriento entre el PSOE y UP hasta la fecha, a propósito de la proposición socialista para reformar la ley integral de libertad sexual. Antes, Alejandra Jacinto y Echenique ya habían calentado el ambiente, alertando de que con la alianza del PSOE con el PP y Vox se consumaba la «traición al feminismo» en la «votación de la vergüenza». La ley considerada por Sánchez como un hito feminista que sería pionera en Europa, fue después, tras la sangría incesante de reducciones de pena y puesta en libertad de violadores, calificada por Sánchez, impropiamente, como una buena ley con efectos indeseados, pues sus consecuencias fueron advertidas por el Consejo de Estado, por el CGPJ y por el propio ministro de Justicia; el martes, por Andrea Fernández, portavoz del PSOE, como una ley con fallos y errores, que había que corregir. No figuraba en el banco azul, en pleno debate, para su propia vergüenza, ni un solo ministro socialista, ni Sánchez, quien impulsaba la proposición, quien, arrogante, ni siquiera votó, ni Yolanda Díaz, que sólo se incorporó en el momento de la votación, ni Garzón, sólo Inés Montero e Ione Belarra. Lucía Muñoz, interviniendo por UP, no se anduvo con chiquitas, calificó la proposición del PSOE como una ofensiva contra la ley que protege a todas las mujeres, una iniciativa de un puñado de fascistas (los socialistas) que pretenden devolver a las mujeres al silencio y la culpa; las reducciones de condenas como una respuesta de una minoría de jueces que están interpretando la ley en el sentido contrario a la voluntad del legislador (Montero).

A Sánchez se le ha torcido el relato del rechazo a reformar la ley de marras sólo con el apoyo de la derecha. La proposición ha sido votada por el PSOE y la derecha: PP, Ciudadanos, PNV, PDeCat, PRC, CC, FA y los de UPN. Se han abstenido: Vox, Compromís y Más País. Han votado en contra: UP, ERC, CUP y Bildu. En el PP han valorado la urgencia de impedir reducciones de condena para nuevos delitos sexuales por encima del requisito de la presunción de inocencia que ha conducido a la abstención de Vox; han salvado a Sánchez. Con la votación ha saltado por los aires el Gobierno de coalición, pero ha aterrizado allí, en el mismo sitio. Los hechos insoslayables son la aprobación de una ley con graves deficiencias y la rectificación instada por Sánchez, no tanto por las consecuencias judiciales como por las que se han reflejado en las encuestas electorales.

Si sumamos a la guerra civil en el seno del Gobierno por la ley, el desarme del Estado, el asalto a la separación de poderes, la rebaja de la malversación, la ley Trans, la crisis sanitaria en todo el país, la inflación que castiga a los más menesterosos, el colapso de la administración, la incapacidad de gestionar los fondos europeos, la rendición unipersonal de Sánchez a los intereses de Marruecos, la corrupción rematada con lumis de Tito Berni (votante de la abolición de la prostitución), y la demonización de los empresarios, se crea un cuadro de lo más colorido para las elecciones de mayo. Si, para remate, la desencadenada ministra de Hacienda declara, para disimular el clientelismo del Gobierno con los jubilados, que las pensiones son para el pago de la luz de los hijos, para que la hija pueda comprar en el súper, para que los nietos puedan comprar las zapatillas de deporte, entonces no hay más conclusión que éste es un país al revés de los demás, donde son los activos los que auxilian a sus mayores. La ministra, en su incesante parloteo, retrata sin pretenderlo el deterioro del nivel de vida de las clases populares con el Gobierno del que forma parte. Es precisamente ese deterioro el que dificulta la virtualidad de la única carta que le queda a Sánchez ante las elecciones: la amenaza de la derecha. La corrupción ha dejado de ser para el PSOE un argumento tras acarrearla en su seno acompañada de cocaína y putas; Feijóo puede significar algo de distensión; y Vox asusta menos que el comunismo de Podemos y el independentismo de ERC y EH Bildu, es leal a la Constitución, aunque aspire a modificarla. Lo más lógico es que las pierdan, aunque nunca se sabe lo que puede ocurrir en un país tan polarizado, donde la ideología predomina sobre el sentido común.

La guerra entre PSOE y UP no conducirá a la ruptura del Gobierno, seguirán amarrados a sus poltronas pues el poder es el único aglutinante que les mantiene unidos hasta que se desencadene la pugna electoral. Sánchez construyó una alianza estratégica con los comunistas de UP, con ERC y con EH Bildu, sin más futuro que el camino hacia ninguna parte. Ya no tiene tiempo, ni complicidades, ni credibilidad para construir otro relato que no sea el del populismo. Ofrecer al país más de lo mismo, más sectarismo, más división, más polarización, más desgobierno, es apostar por la derrota. La traición no es a las feministas, es a la ciudadanía.

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