N o me caen bien todas las mujeres. Como dice Caitlin Moran (te alabamos, óyenos), no me vas a caer bien simplemente porque compartamos la misma cola para ir al baño. Y no me caen bien ni estoy de acuerdo con todas las feministas. Pero es que a veces no me caigo bien ni a mí misma y ni siquiera sé con qué estoy de acuerdo. Dudo, leo, asumo algunas cosas, surgen dudas nuevas. Sí, amigos, las mujeres lloran, facturan (y la mayoría tributan lo que les toca, Shakira), dudan, debaten, se equivocan. El feminismo no es uno, santo y trino. Resurgió en un 8M histórico, el del 2018, que salió a las calles a reivindicar ‘lo básico’: mismo trabajo, mismo sueldo; a la mierda el techo de cristal; no matéis mujeres... Vamos, esos pequeños detalles. Desde entonces, la familia ha crecido muchísimo, incluyendo también algunas incorporaciones insospechadas, sospechosas o claramente falsas e interesadas: hordas de falsos aliados cuñados y, como siempre, chupópteros del sistema capitalista, que todo lo absorbe para vender camisetas, y de partidos que han visto que ésta es una bandera que hay que coger, crean en ella o no. El feminismo se ha hecho mayor, la legislación y la sociedad han avanzado y ahora se habla sobre cuestiones que antes ni siquiera estaban sobre la mesa. Algunos rehuían de la etiqueta feminista, hoy todos se la apropian. Añoro el grito unificado y sencillo de 2018, la tribu y el ‘todas a una’, pero también añoro los eternos veranos de la infancia, qué vas a hacer, la vida es película y no foto fija y crecer y madurar supone afrontar conflictos, con uno mismo y con los demás. En el 2000 no hubiéramos imaginado que veinte años después el 8M acapararía portadas, titulares y tantas horas de televisión. Valoremos esto, por favor. No me caen bien todas las mujeres ni estoy de acuerdo con todas las feministas. Sería como mínimo inquietante que no hubiera debate dentro de un movimiento tan amplio y que afecta a aspectos tan cruciales. Las discrepancias están ahí y algunas parecen irreversibles, pero no olvidemos lo conseguido ni descuidemos las líneas básicas a defender: ¿hola, ampliación del permiso de maternidad estancado desde 1989?; ¿hola, derechos fundamentales, aquí y allá (como el de las afganas a ir al instituto y a la universidad)? Si no, vendrán los de siempre, entre risillas de condescendencia e indisimulada satisfacción, a intentar devolvernos a la cocina y a explicarnos por qué ha fallado el feminismo y por qué el dolor de regla no es para tanto.