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Pedro Coll

Marihuana y deseo

Avenida de los Presidentes, La Habana, 1995. ©Pedro Coll

«La marihuana produce amnesia y otras cosas que ahora no recuerdo»…

Apocos metros de este lúcido argumento sobre la marihuana, en la base de una columna, alguien había escrito con la vehemencia reflejada en un trazo firme y usando letra de palo: «Alex, deséame por una vez desnuda bajo tu cuerpo». Y en lo alto de otra columna, rozando el capitel, otro mensaje más escueto pero cargado de intensidad y de inmediatez: «Te estoy amando».

Una vez más, La Habana me tomaba por sorpresa. Aquel espacio imponente, como escenario teatral fuera de lugar, solitario y rodeado de silencio, ofrecía un amplio y sorprendente catálogo de mensajes ‘grafitiados’: deseos, pensamientos, siempre precipitados por clandestinos, opiniones, contenidos e intenciones muy diversas, pero rezumando ingenio, queja, sensualidad y hasta una cierta angustia: «orge, lo siento, llegué tarde, por favor búscame, Mabel».

Todo un surreal e improvisado punto de encuentro inesperado en una sociedad controlada casi de manera científica. Aquella superestructura neoclásica parecía un espacio ofrecido a los ciudadanos de La Habana para que pudieran utilizarlo de la misma manera que se utilizaba la sección de clasificados de un periódico cualquiera de los que por aquí disfrutábamos antes de la llegada de internet y de su enjambre de redes… Moverme tan tranquilamente, sin ningún impedimento, fotografiando detalles y mensajes que evidentemente no deberían estar allí, me mantuvo en guardia durante todo aquel tiempo. ¿Dónde estaba la trampa?

«Si las aguas nos inundan no es que los ríos se desborden, es que el país se hunde». Es tan cubana esta mezcla de humor inteligente y acidez. El último de los mensajes que pude leer y fotografiar, tan desafiante y cáustico como el anterior, decía así: «Yo escribo, tu escribes, el escribe, nosotros escribimos, vosotros escribís y ellos borran».

No había trampa, sólo un lapsus inconcebible en un sistema casi perfecto.

Aquella relajación en el control de las cosas resultó ser algo puntual y, muy poco después, el ‘ellos borran’ se hizo realidad de manera definitiva. Desde entonces, comprobado por mí en el transcurso de los años que siguieron, el imponente conjunto monumental dedicado al Mayor General José Miguel Gómez y Gómez, alto oficial del Ejercito Libertador en las luchas independentistas contra la dominación española, situado en la avenida de Los Presidentes, en La Habana, ha vuelto a mostrar impolutos sus muros y columnas.

Nota a pie de página:

La fotografía narrativa es un lenguaje paralelo a la narrativa literaria. El contenido de las imágenes realizadas con intención de ‘decir’ trasciende siempre al simple documento, sugiere historias, reales o imaginarias, conduce a la palabra. Al leer las imágenes -las buenas fotografías se leen, no se miran- nuestra mente entra en el juego creativo de la interpretación. Es literatura visual.

Lo mismo, a la inversa, pasa con las palabras: constantemente nos sugieren imágenes. El relato del escritor cubano Abilio Estévez titulado El Tomeguín, (lo encontraréis en Cómo conocí al sembrador de árboles*), es un relato magistral por su sensualidad, por su colorido y sobriedad exótica, por su tempo perfecto, ese ritmo contenido marcado de manera soberbia por el metrónomo genético del autor. A medida que fui leyendo el relato, no más de seis páginas, aquellas palabras fueron generando en mi mente imágenes rebosantes de riqueza, colorido, intensidad... ¿De qué habrán sido alimentados estos americanos hispanos para conseguir que conceptos como surreal, real, barroco, minimalismo, mágico, irónico, se confabulen con tanta potencia y elegancia?

Cuando estaba iniciándose aquel boom literario originado en el ultramar de habla española, que sería conocido como ‘realismo mágico’, el día de mi onomástica recibí un libro como regalo. Era el verano de 1968 y yo estaba concentrado en el Derecho Procesal Penal, asignatura que había dejado para septiembre, el último escollo para alcanzar el título de licenciado en derecho. Recuerdo que la lectura del primer párrafo de aquella novela de un escritor colombiano aún poco conocido, unas pocas líneas, me dejó sin palabras, chocado. Ya el título, que hacía referencia a cien años de soledad, emitía magnetismo. Sin dudarlo, lo aparté para disfrutar de él más tarde, para no contaminarlo con la aridez del derecho procesal. Fue mi primer encuentro emocional con esa apasionante forma de narrar. Tantos años después, Abilio Estévez, con este libro de relatos, me ha vuelto a dejar en la línea de salida de aquel 1968, un enriquecedor regreso a las frescas sensaciones de entonces, todo un lujo.

Aquel primer párrafo, grabado desde entonces en mi memoria, decía así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo».

*Cómo conocí al sembrador de árboles, Abilio Estévez, Tusquets, Colección Andanzas, noviembre 2022.

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