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Matías Vallés

La corrupción siempre vuelve a lo grande

La compraventa de políticos andaba de capa caída, pero ha bastado relajar durante unos años la persecución para que se reactiven los mecanismos paralelos de gobierno

Detención de un Excelentísimo General de la Guardia Civil en Canarias, registros policiales en el gobierno de Cantabria, juicio a la expresidenta del Parlament de Cataluña, petición de quince años de cárcel para un ministro del Interior en Madrid, imputación del presidente de Ibiza festejada en una reunión a manteles con Feijóo, el trajeado Camps en el banquillo junto a sus amigos del alma. La corrupción ha vuelto a lo grande, solo se había tomado un respiro.

La compraventa de políticos andaba de capa caída, pero la corrupción nunca defrauda. Ha bastado relajar la persecución durante unos años, para que se reactiven los mecanismos paralelos y subterráneos de gobierno de la nación. Las malversaciones y las organizaciones criminales han rebrotado como el campo primaveral tras las lluvias, quizás no sea la metáfora más adecuada. Pedro Sánchez se engaña a sí mismo al decretar que los políticos corruptos han pasado del lugar dos al treinta entre las preocupaciones de los españoles, en los sondeos de su querido CIS. En realidad, el Centro trocea tramposo desde tiempos inmemoriales el descontento de la ciudadanía hacia sus representantes públicos, que nunca había alcanzado los niveles de desafección actuales.

El hartazgo de la audiencia con los escándalos transparentaba la evidencia de que se soporta mejor el fracaso de los políticos que el desvanecimiento de las ilusiones de la ciudadanía. El despertar actual de la corrupción no solo es relevante por la vigencia del fenómeno, sino porque su efervescencia ha aportado tradicionalmente los clarines de un cambio de régimen. En cuanto a la atención despertada, el caso Mediador ha arrasado con la Kitchen, pese a que los turbios manejos del Gobierno del PP con sus policías supondrían de hecho la disolución del vínculo estatal.

La privatización de la policía al servicio del PP que caracteriza a Kitchen empeora una vez que, en principio, ya se ha resuelto la instrucción. La Audiencia Nacional puso en funcionamiento el Teléfono del Corrupto, para que los imputados pudieran consultar con las altas jerarquías la evolución de sus procedimientos, además de efectuar las presiones correspondientes. Ya que no va a dimitir, el presidente del alto tribunal debería abrir una línea de WhatsApp, para que los implicados en asuntos bajo su tutela y discreción puedan consultarle los pormenores del caso con la insistencia mostrada por el número dos de Interior.

La liquidación estatal pretendida y tal vez rematada en la Kitchen es demasiado insoportable, para una opinión pública adiestrada en los códigos de Telecinco. De ahí que Jorge Fernández Díaz y sus vírgenes se hayan visto arrinconados por otro grupo de intereses bastardos, que también posaba ufano junto a una imagen, en este caso la Virgen del Pilar de la sede central de la Guardia Civil. El caso Mediador ofrece, respecto de la trama de Interior, el ingrediente irresistible de la prostitución que dispara su rédito preelectoral. De ahí que, si el argumento de la versión castiza de El lobo de Wall Street experimenta una vuelta de tuerca adicional, el cataclismo puede resultar irreversible para el PSOE. El tantas veces citado escándalo de Luis Roldán estalló dos años antes de la caída de Felipe González.

Frente a la fijación con el sexo y las drogas recibidos a cambio de sacrificar el interés público, Mediador merece sobresalir como el primer escándalo político contenido íntegramente en la memoria del teléfono móvil de un particular, entregado a la jueza por el intermediario en cuestión. La peripecia recuerda a la soldado Chelsea Manning extrayendo los archivos de Wikileaks de una base estadounidense, bajo la cobertura de un CD de Lady Gaga.

La multiplicación de escándalos renovados, que involucran alternativamente a populares y socialistas, también deben contribuir a combatir la crispación vigente. Frente a la tesis dominante de la radicalización de España, ejemplares como Bernardo Fuentes en su reencarnación de Tito Berni o los yonquis del dinero valencianos demuestran que eligieron entre PP o PSOE al primero que se encontraron, sin ninguna sospecha de contaminación ideológica. Militarían en cualquier formación del espectro donde pudieran dar rienda suelta a sus aficiones, y capítulos de la corrupción patriótica como las tarjetas black demuestran que ninguna sigla está a salvo.

Por supuesto, y pese a los esfuerzos por desvincularse, el escándalo Mediador pertenece al PSOE y le obliga a trajinar sus secuelas. Los políticos infectados y sus compañeros afectados deberían aclarar si pretendían prohibir la prostitución o solo monopolizarla.

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