Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

No sabía qué hacer

En medio de la noche buscó el cuerpo de su esposa y se abrazó a él. Al poco, y pese a estar medio dormido, notó en ese cuerpo particularidades que no reconocía. Abrió entonces los ojos y descubrió, a la luz de la calle que se colaba a través de los visillos, que su mujer no era su mujer. Tampoco su dormitorio era su dormitorio. Con movimientos sigilosos regresó a su postura anterior aterrorizado ante la idea de que su compañera de cama despertara y se pusiera a gritar al ver a su lado a un intruso. Dejó pasar unos cinco minutos y luego otros cinco y después diez más antes de decidirse a salir de la cama para explorar un poco el territorio.

Dio enseguida con el cuarto de baño, en donde con mil precauciones cerró la puerta y encendió la luz. Al mirarse en el espejo se dio cuenta de que él no era él. No se reconocía en aquella imagen y, sin embargo, por dentro continuaba siendo él, el de siempre, de todos los días. Santiago, así se llamaba. Continúo siendo Santiago, se dijo, solo que en un cuerpo distinto. ¿Qué hacer? De momento, desde luego fingir que era quien quiera que fuese para no llamar la atención. Tal vez en las habitaciones del resto de aquella casa extraña dormían jóvenes que al verle le tomarían por su padre. Y él no podría decir lo contrario al menos que lo tomaran por loco. Santiago era un hombre acostumbrado a los cambios y poseía una extraordinaria capacidad de adaptación.

Volvió, pues, a la cama, en la que permaneció bocarriba, contemplando las sombras del techo mientras pensaba en su verdadera esposa y en sus hijos auténticos. ¿A qué distancia se encontrarían de él? ¿Habría también ahora mismo en su cama otro hombre despierto sufriendo una extrañeza semejante a la suya? ¿Se encontraría en la misma ciudad que su familia genuina? Esa mujer que tenía al lado ¿hablaría su idioma cuando se despertara? Él podía defenderse bien en inglés y un poco en francés, pero en todo caso su acento le delataría. Poco a poco, con estos pensamientos, se fue durmiendo. Le despertó al poco la alarma del móvil. Cuando abrió los ojos, su mujer era de nuevo su mujer del mismo modo que su dormitorio era su dormitorio. Corrió entonces a mirarse en el espejo del cuarto de baño y descubrió que sólo él seguía sin ser él. No supo qué hacer.

Compartir el artículo

stats