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Alex Volney

Para volver a Koestler

«La histeria belicista de un número considerable de ciudadanos…no es ningún signo de conciencia ni de madurez. Tampoco lo es la mentalidad de apaciguamiento. El apaciguamiento frente a una potencia expansionista crea una bruma en la que ninguno de los oponentes sabe ya dónde se halla. Y de esta manera, el mundo resbala hacia la guerra (sin que ninguno de los oponentes la haya deseado)». Solo el paréntesis es del articulista, el resto del brillante autor centroeuropeo. Ese acotado contenido vaya según la reflexión de cada uno. Esas generaciones venían de los desconcertantes tiempos en que la radioactividad era considerada beneficiosa para la salud. Al responsable de «El desafío de nuestro tiempo» le podían los detalles y le removía la curiosidad intelectual que un grupo de pop que se hacía llamar The Police hubiese publicado un disco basado en su ensayo The ghost in the Machine, él ni se había enterado hasta que le avisó su agencia de prensa. Atribuyó el nombre del grupo al querer diferenciarse de los punks. A saber que reflexión derivaría hoy de este gran autor húngaro ante la gira que está iniciando Depeche Mode con su nuevo disco, de luto, Ghosts Again. Le sorprendía que uno de sus libros más complejos hubiese servido de inspiración. ¿Qué lecturas habrán influido a M.r.Martin Gore y a M.r. Dave Gahan en el contexto actual?

Entre intérvalos musicales Arthur Koestler iba desplegando su ataque de frente a lo que hoy llamaríamos buenismo de Sartre, Merleau-Ponty o el pensador británico Bernal que seguían, todos ellos, tan ilusionados con el régimen soviético. Esas charlas radiofónicas hacían posible que nuestro personaje hiciera trizas la tesis de que «los fines justifican los medios».

Era la primavera de 1947 y la euforia de la victoria sobre los nazis empezaba a ceder en toda Europa. De aquí a los mercenarios de hoy y sus torturas en el frente del este ustedes conocen lo sucedido y como se ha ido llegando a este panorama. Si la involución hacia el nuevo fascismo europeo es peligrosa, desconcertante es el infantilismo de una izquierda que no pasa un día que no ceda terreno democrático a los totalitarismos más diversos o directamente a los liberticidas, incluso los de ir por casa o en los aspectos más ridículamente domésticos o que debieran ser, absolutamente, de carácter individual.

Koestler utiliza el ejemplo de la expedición de 1912 del capitán Scott y sus cuatro acompañantes llegando al Polo Sur. En el viaje de regreso el suboficial Evans cae enfermo. Scott debía tomar una decisión. Evans pasaba a ser una peligrosa carga. O cargaba con él disminuyendo la velocidad y poniendo en peligro toda la expedición o lo abandonaba en la Antártida y salvaba el resto. Scott la tomó. Cargaron con Evans hasta que murió, pero el retraso fue fatal. El mal tiempo los alcanzó y cayó sobre ellos. Oates enfermó y se suicidó. Se terminaron los alimentos y los cuerpos fueron encontrados seis meses después a solo quince kilómetros de la estación de salvamento. De haber sacrificado a Evans, probablemente se hubieran salvado.

El autor de El cero y el infinito empieza a trabajar las imágenes poniéndolas unas sobre otras para urdir un mismo argumento a la manera más kunderiana o , al menos, coincidiendo con ella. Se cuestiona el haber echado a Evans a los lobos y sitúa a Scott en el campo de Mr. Chamberlain. Evans, por supuesto, era Checoslovaquia. El sacrificio de las pequeñas naciones garantizaría la seguridad de las grandes o eso es lo que se esperaba. Pero los polacos van a correr misma suerte que los checos, los Evans víctimas ya se elevan a millones y en nombre de la eficacia el gobierno alemán decide asesinar a todos los enfermos incurables y a personas diferentes consideradas «subnormales psíquicos» que son un lastre para el país y los alimentos escasean. Aquí Koestler realiza un giro de ciento ochenta grados y la moral que lo sacrifica todo es cogida por el mango por los liberticidas que también tienen prioridades, claro, cuando el fin justifica los medios el percal es siempre de ida y vuelta. A los incurables les siguieron personas gitanas y judías, seis millones. Al final, el autor, recuerda que las democracias dejan caer sus primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, aceptando todos aquellos principios que en inicio siempre habían negado.

A. Koestler continúa pero ya entrando en la parte más política. La de partidos. ¿Si estás convencido que un oponente político conduce a tu país a la ruina y lo hundirá…no es preferible olvidar los escrúpulos, intentar desacreditarle, denigrarlo…? Claro. El oponente, a su vez, hará exactamente lo mismo y de esta manera nuestro pensador, olvidado casi del todo hoy, asegura que todo ello nos conduce a «la desintegración atómica de la moralidad, a una especie de putrefacción radiactiva de todos los valores».

La otra opción: respeto al individuo y rechazo a la violencia y creencia de que los Medios determinan el Fin «nos habría llevado a la vía pacifista (la misma del autor Jean Giono que residió en Mallorca y que nunca fue comprendido a pesar de haber sido El hombre que plantaba árboles) una vía que habría acabado aceptando que la Gestapo instalase su cuartel general en Whitehall». Es el dilema de la condición humana. La humanidad sigue pegando de narices una y otra vez en el mismo punto. Koestler avisa que la decisión moral de Scott es buena en la vida cotidiana pero no lo es cuando dependen tantas vidas de la misma. El progreso tecnológico amplifica ése efecto, la globalización lo expande. Sugiere que cada época requiere encontrar una solución adoptada. Sentencia como el progreso siempre ha requerido de ciertas dosis de crueldad humana. Sin Toma de la Bastilla no hay proclamación de los Derechos del Hombre. Ruedan cabezas.

«El problema de algunos movimientos éticos bien intencionados es la cantidad de sectarios, quietistas, y lunáticos que tienen en su seno». Uno de los autores más fascinantes del pasado siglo. Nacido en Budapest, familia judía. Hablaba siete lenguas y participó en casi todos los frentes. Sionista al principio y luego comunista abandonado más tarde por el partido. Fue de los primeros en denunciar el estalinismo. Condenado a muerte por Franco y por Hitler. Sus libros ayudan a visualizar el mapa de donde nos encontramos. Su pensamiento más relevante está concentrado en breves ensayos (ayer en Kairós , hoy en Página Indómita) que constituyen el volumen En busca de la utopía. En 1983 hizo un «Zweig» y se quitó la vida.

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